Renato Alejandro Huerta
Magíster en Filosofía y en Programación Neurolingüística
Integrante de Red Maestros de Maestros. Experto 2.
1.ORIGEN DEL AMOR
El amor es una manifestación de la bienaventuranza en la cual el universo se funda y hacia
donde, en último término, camina. Dicha
bienaventuranza es el aspecto final del espíritu. Porque éste
no solo es eternidad y
conciencia. Y si en el juego del universo esta última es, en sentido
estricto, la creadora del universo, el
amor, por otro lado, es, en este contexto, la fuerza salvadora de dicho
universo.
El
amor es una fuerza que el autor del
universo hizo descender hasta la realidad material inerte y oscura con el fin
de que los habitantes de nuestro mundo retornasen a Él. El descenso del amor a
las tinieblas provocó que los oídos
sellados se abriesen a un despertar que tenía el signo del verdadero gozo, pues
el amor es deleite. Y con este despertar al amor, en el mundo ingresó la
posibilidad de volver al mundo divino. Dicho mundo antes de este despertar
no era más que materia muerta, la cual a partir del advenimiento del amor
despertó a la vida. Y es desde entonces que el mundo ha ido hacia la fuente del amor, sin embargo, ha seguido caminos
errados, transitando derroteros equivocados o quiméricos. Porque la mayor parte
ha buscado el amor careciendo de una
idea orientadora de lo que éste es, confundiéndolo con multitud de
fuerzas muy lejanas a su verdadera naturaleza. Todo ser humano ha buscado este principio de unidad, porque
el espíritu humano ha estado siempre
reclamando por la realización y el
éxtasis que sólo el poder del amor prodiga. Pero la mayor parte ha fracasado en
alcanzarlo. Sin embargo, cuando un mundo ha llegado a tornarse consciente, abierto al amor real,
el Creador mismo ha respondido derramando su Amor sobre ese mundo. Así, el
círculo del universo se completa, se cierra,
dos extremos se encuentran en un éxtasis cabal y permanente.
El amor tiene
múltiples formas de manifestación, o mejor dicho, sus expresiones son
infinitas. Quienes han desarrollado su conciencia lo suficiente pueden
percibirlo incluso en la tierra y en las piedras. Pero, más fácil aún es
sentirlo en las plantas y animales. En el hombre se descubre en múltiples modos
que van configurando su posibilidad más luminosa. El amor es el más tangible signo de la Gracia del Absoluto por la Tierra y cada ser refleja
su pujanza, según su capacidad y
receptividad espirituales.
El amor es el
ímpetu que está presente, aunque al principio de la evolución de un modo
oscurecido y debilitado, en todos los movimientos de la naturaleza física y
vital, como aquello que empuja hacia la agrupación, hacia la unión. Y dicho
ímpetu se traduce en el ámbito de los árboles y
las plantas como la necesidad de procurarse más luz, más aire en orden a
crecer. En los animales, está presente detrás del hambre, de la sed, de la necesidad
de apropiación, de la procreación; y en las especies superiores en el esfuerzo
abnegado de la hembra por la supervivencia de sus descendientes. El amor está
asociado en todos los movimientos
perfectivos del cosmos material sin identificarse con éste.
En el hombre,
cuya significación esencial es el advenimiento del principio mental en la
evolución, el amor alcanza una manifestación más consciente y voluntaria. En
este punto de la evolución es cuando aparece en forma diáfana en las obras de
la naturaleza, una voluntad de recrear, por etapas y gradaciones, la unidad
primordial, por medio de agrupaciones cada vez más numerosas y complejas. Así,
la naturaleza, usando la fuerza del amor para acercar a los seres humanos rompe
el egoísmo personal para cambiarlo en un egoísmo dual y con la venida de los
hijos configura esa unidad más rica que es la familia. Con el transcurrir del
tiempo se van formando agrupaciones más complejas aún: clanes, tribus e incluso
naciones. Pero esto no concluye aquí, pues esta labor de agrupación se va efectuando en los diferentes puntos del
mundo, concretándose en los diversos pueblos y ulteriormente en la fusión de
éstas entre sí.
El amor se
expresa en el hombre medio como un anhelo de entregarse a los demás y recibir a
los demás en armonioso intercambio. Su esencia en el nivel evolutivo de lo
humano consiste en una acción recíproca en la que la dicha de dar se iguala con
la dicha de recibir.
Más allá de
lo anterior, el amor es en su esencia una de las mayores fuerzas del universo.
Una fuerza que existe por sí misma, independientemente de los objetos a través
de los cuales se manifiesta. Dicha fuerza se expresa en todos los sitios en los
que encuentra una clara posibilidad de recepción, en todos los lugares en donde
encuentra una apertura hacia su movimiento.
Lo que
habitualmente comprendemos como ‘nuestro amor’, considerando que es algo
personal o individual no es más que la aptitud para recibir y manifestar esta fuerza universal y
consciente. Pues el amor es una fuerza-consciente que lúcidamente busca su
manifestación y su realización en el mundo a través de quienes escoge como sus
instrumentos. Y éstos no son otros que quienes son capaces de una respuesta. En
ellos el amor intenta realizar su propósito eterno.
Puesto que el
amor es universal quienes creen tener una experiencia propia, personal del amor
verdadero se equivocan, pues su vivencia no es más que una ola del infinito
océano del amor universal.
El amor es una expresión espiritual: las deformaciones
que vemos de él en nuestro mundo son producto de la inconsciencia de sus
instrumentos.
El amor no
puede ser confundido con el deseo, con la sed de posesión, con el apego
personal. En su expresión más pura es la búsqueda de la unión con el Todo. Por
ello quien no está abierto al amor en su esencia y en su verdad no puede unirse
al Ser Absoluto.
El amor es
aquella fuerza que intenta conducir cada cosa hacia la perfección de su ser
específico. El amor despliega una acción evolutiva y edificadora en el cosmos.
Es la fuerza que orienta las cosas hacia su arquetipo que se halla en el
origen.
El amor en sí
mismo es el bien supremo más allá de lo cual no hay nada de mayor bondad.
2.ESENCIA DEL AMOR
El amor no es mera unión vital, simpatía, filantropía,
cariño o afecto, aunque tenga alguna
relación con estas expresiones. El amor es, en esencia, una unión con el ser amado liberada de toda
sombra de egocentrismo. Pues solo superando el ego podemos ingresar en el ámbito del
amor. Esto significa contemplar lo amado como un ser distinto de
nosotros, como un ser autónomo y diferente. La experiencia del amor es la de la
fusión de un yo y un tú distintos. El amor es la fuerza orientadora que conduce
al otro al cumplimiento de su vocación.
En el ámbito
humano el amor se manifiesta como un sentimiento espiritual permanente que
unifica a dos almas que son una en esencia, pero dual en la manifestación
terrestre actual. El verdadero amor dota a los hombres y a las mujeres de un
poder que puede elevarlos hasta las más
altas cimas y hacia inimaginables
hazañas de sacrificio por el ser amado. Y tales hazañas no son producto de una compulsión, sino un
gozoso acto de ofrenda. Sin este fuego del sacrificio, además, ningún amor
humano puede alcanzar su verdadera
pureza original. Porque el amor más alto
no es un mero intercambio de emociones y
sentimientos, sino una ofrenda absoluta de lo que somos o de lo que
podemos ser, es decir, la entrega de todos nuestros actos de voluntad, de
pensamiento; de todos nuestros impulsos y sentimientos al ser amado.
En el ser
humano el amor es un eslabón entre su
alma y el Todo. Porque el alma humana
emanó del todo absoluto y ha sido colocada en este mundo terrestre con
la clara misión de avanzar en el proceso evolutivo. El amor pleno, más excelso, consiste, pues, en
la relación entre el ser humano y el ser absoluto y no en una pareja humana. El
amor entre seres humanos siempre es limitado y a menudo se deforma,
convirtiéndose muchas veces en un intercambio egoísta, posesivo, violento,
lujurioso y demandante. En el amor más excelso, en cambio, toda exigencia a lo
divino representa una fractura en la espontánea pureza de la relación. Porque
el amor es, en esencia, una consagración total, no un mero intercambio ni mucho
menos una transacción.
El amor
humano aparente vive básicamente del cambio y
del intercambio. Y esto conduce a las continuas disputas y desarmonías,
porque en él rigen las exigencias clamorosas de la posesión y de la satisfacción de las más oscuras pasiones que en ocasiones llegan a traducirse en áspero odio. Y esto no
concluye sino con la frustración. El verdadero amor, en cambio, implica vivir en un estado de autolvido y contento
interior. No se identifica con el altruismo común, pues detrás de éste hay el
deseo de gloria y fama, un deseo de satisfacer un sentimiento de superioridad.
Porque en su origen el altruismo es una mera virtud mental, mientras el
verdadero amor es un poder del alma que se expresa a sí mismo en nuestro ser emocional superior que se ha
solido llamar, en todos los tiempos,
corazón. Éste no es el alma, pero es el centro más cercano a ella. El corazón puede ser un poderoso instrumento
de manifestación del alma. Otros centros o bien están demasiado lejos para
sentir las olas radiantes del alma o bien no están lo suficientemente refinados
para sentir sus vibraciones. Por ejemplo, el cerebro está demasiado preocupado
con los movimientos del pensamiento que son demasiado abstractos y fríos para sentir el aliento luminoso y
tenue del alma. La vida común del ser humano
está centrada en torno al mundo
de las informaciones externas y del clamor de las falsas necesidades y, además,
poco habituada a escuchar la voz sutil del alma. El dominio de ésta está lejos
de los bullicios de los caprichos y
tiene el sello de la calma, de la paz, pues siempre está orientada hacia su origen celeste. Solo el centro del corazón
situado entre las abstracciones del
centro mental y el centro de las pasiones comunes puede albergar el delicado y
milagroso poder del alma. Pero no es fácil tomar contacto con tal poder, pues
el corazón habitualmente está cubierto por múltiples capas de deseos
insaciables y de mezquindades que se elevan desde el centro vital o bien
está oscurecido por las sombras de la inercia y la rutina de los hábitos físicos. Es muy común que nuestras emociones estén
mezcladas y no permitan que el alma se
convierta en el ser regente de nuestra conciencia.
El verdadero
amor por una persona no es el mero movimiento hacia sus cualidades positivas,
hacia su bondad, hacia su inteligencia o hacia su belleza. Incluso
podríamos admirar a una persona con
dichas cualidades, pero sin amarla.
En verdad, el
amor genuino es algo que no se satisface
con las cualidades que la persona amada
pueda tener en su presente, sino que es el movimiento que intenta llevar
a tal persona hacia sus posibilidades más plenas, más nobles. Asimismo, el amor
no se fija en la viabilidad de tales
posibilidades sino que sigue adelante siempre en su labor perfectiva.
A la luz del
amor, además, todo adquiere una dignidad mayor, todo se transforma en más
valioso. En tal sentido, el amor es una perspectiva que muestra lo valioso de
las cosas incluso más aparentemente insignificantes, más adversas en nuestra
vida.
Para la
visión del amor nada es desechable, nada está maldito. Aunque ve los errores
como tales, las oscuridades como lo que son, nunca los condena como
irremediables. Por ello la visión del amor no puede ser considerada como
condescendiente a ultranza.
En suma, a mi
juicio, el amor es una fuerza trascendente que existe por sí misma y que en su
movimiento evolutivo se derrama sobre todas las cosas, las engloba para
unirlas, abrazarlas y ayudarlas a ser lo que son tras las apariencias. Tal es
el amor cósmico, el cual cuando se fija en un ser determinado se convierte en
el amor individual. Y esta última sabiduría del amor nos enseña que cuanto más
se dé uno mismo, más crecerá en la capacidad de recibir la energía trascendente
del amor. Porque la entrega absoluta de sí, sin pedir ni retener, es el solo
secreto de toda realización en el amor.
3.LAS FORMAS DEL AMOR
Al igual que Fromm, distingo distintas formas de amor,
consciente, por cierto, de que son tan sólo expresiones del amor universal que
está presente en todas. Seguidamente explicaré las más originales sin repetir
conceptos ya tratados anteriormente por otros autores.
3.1.Amistad
La amistad es la
manifestación más plenamente humana del amor en sí. Para los antiguos la
amistad era una relación interpersonal afectiva que aparecía como la
culminación de la vida y una escuela de las virtudes. La mayor parte de los
filósofos griegos intentaron definirla y Aristóteles, el más grande de ellos,
le dedicó varios libros de sus obras de Ética.
Más aún, Aristóteles coloca a la amistad por sobre la justicia misma, pues
enseña que donde reina la amistad, la justicia está implícita, mientras que al
revés el ser justo no lleva consigo la virtud de la amistad. ¿En qué consistía esa relación afectiva que
los pensadores griegos llamaban amistad? Unos sostenían que ella era una cierta
semejanza y, por tanto, que los seres que se parecían eran los verdaderamente amigos, porque lo semejante
atrae a lo semejante. Otros decían lo contrario, es decir, que los que se
parecían se rechazaban mutuamente, como sucede, por ejemplo, con los que
desempeñan una misma actividad y son, por tanto, competidores. Heráclito, uno
de los más importantes filósofos presocráticos, sostenía, por su parte, que la
más bella armonía no surgía sino de los contrastes y de las diferencias; y que
todo - incluso la amistad- había salido de la discordia. Más allá de esto, Aristóteles intenta clarificar estas
discrepancias centrando su investigación en aquello que es el objeto de la
amistad. Y este objeto no es otro que el bien o, mejor dicho, lo que nos
parece bueno. Según Aristóteles toda
amistad implica reciprocidad de afectos, por ello no puede considerarse amistad
la relación, por ejemplo, entre un ser
humano y un ser inanimado o irracional. La amistad, en verdad, es una especie
de benevolencia recíproca entre personas. Más precisamente, Aristóteles piensa que la amistad es la interrelación de
sentimientos de benevolencia, de un
mutuo deseo consciente de bien. De acuerdo con este filósofo, la amistad reviste el carácter de
los motivos que la inspiran: y al igual que ellos, es de tres especies: por
interés, por placer y por virtud. Sin embargo, a mi juicio, la amistad tanto por interés como la amistad por
placer son amistades
solo en un sentido metafórico, no real. Porque los “amigos” en el primer
caso no se estiman por sus personas, sino en razón del provecho que pueden
obtener de sus relaciones mutuas. En el segundo caso, sucede algo semejante,
porque aquí los “amigos” se estiman solo a causa del placer que recíprocamente
se proporcionan y no por ellos mismos.
En el fondo en estas dos formas de falsa amistad solo se busca el propio
bien personal y no el de la otra persona. Para Aristóteles, en verdad, la real
y plena amistad es la que se cristaliza entre personas virtuosas. No es fácil,
pues alcanzar la verdadera amistad, pues presupone ya un alto nivel moral, pero
a la vez la misma amistad es una instancia de crecimiento espiritual para las
personas.
El origen
social de la amistad reside en el
compañerismo, es decir, en un contexto
en que dos seres humanos tienen en común
ya sea una comprensión semejante de ciertas realidades, ya algún interés
compartido o bien una simple afición que
les separa del grupo. Pero la amistad es una relación interpersonal que no solo
implica el hecho de realizar alguna actividad externa en conjunto. Pues amigos son, en verdad, sólo aquellos que
realizan un género de actividad en
conjunto que tiene el sello de lo espiritual. Porque la amistad
para ser tal debe cristalizarse en torno a una actividad en que
participe el alma.
La amistad no tiene un valor utilitario o de
supervivencia: desde una perspectiva materialista básica es una actividad
superflua, sin embargo, es una necesidad
constitutiva de la evolución espiritual del ser humano. La amistad,
asimismo, es una de las más altas posibilidades de comunicación, pues su
atmósfera natural es la sinceridad y la búsqueda conjunta de la verdad. Se ha
dicho, además, acertadamente, que los verdaderos amigos “concuerdan”,
es decir, vibran con un mismo corazón o alma, compartiendo los buenos y los
malos momentos que depara la vida.
Si bien la
amistad es más frecuente entre las personas del mismo sexo, no son pocas las
amistades que pueden generarse entre personas de distinto sexo. En este último
caso, la amistad puede fácilmente convertirse
en amor erótico, a menos que entre ambos no exista ninguna atracción física.
Porque, en verdad, no hay contradicción entre ambas relaciones afectivas: es
perfectamente real sentir amor erótico y amistad por la misma persona. Sin
embargo, me parece erróneo considerar, a diferencia de otros autores, que puede
pasarse desde el amor erótico a la amistad, puesto que pensar así implica tener
un concepto muy pobre de lo que es el amor erótico, pues éste, como ha
demostrado Fromm, no es un mero deseo sexual.
La amistad es
un tipo de amor espiritual, pues no tiene una base ni biológica ni material.
Además, su condición de posibilidad es la libertad mutua. Y precisamente la esencia del amor es la
libertad, pues ésta es la esencia del espíritu.
Una de las mejores definiciones de la
amistad, desde una perspectiva metafísica, podemos encontrarla en C. S. Lewis,
quien nos dice: “La amistad no es una recompensa por nuestra discriminación y
buen gusto para encontrarnos unos con otros. Es el instrumento mediante el cual
Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás...;por medio de la
amistad, Dios nos abre los ojos ante ellas.
Como todas las bellezas, proceden de Él a través de
la amistad misma, de modo que éste es su
instrumento para crear tanto como para revelar.”
La amistad,
en verdad, es una forma de amor que está estrechamente ligada al amor
espiritual y como éste, las contingencias físicas le son ajenas. La amistad une
y abre las almas a planos superiores de
conciencia, prodigándonos una felicidad serena y profunda que nada ni nadie
puede perturbar.
3.2.Amor
entre Hombre y Mujer
En
estas últimas décadas han circulado múltiples libros que estudian este tipo de
amor, sin embargo, la mayor parte de ellos no ha logrado alcanzar un concepto suficientemente profundo tanto sobre
el amor en general como acerca de este amor en particular. Además, se ha
exagerado con perspectivas psicologistas que se han perdido en una casuística
miope.
La verdad es
que el amor erótico surge provocado por el ser que ante los ojos del amante
aparece haciendo gala de cualidades ideales.
Tan pronto este proceso erótico se inicia, el amante experimenta la
urgencia de fusionar su ser en el del otro, y viceversa, absorber en su ser la identidad del ser amado.
A este respecto Ortega y Gasset señala: “Mientras en todos los otros casos de
la vida nada repugnamos tanto como ver invadidas por otro ser las fronteras de
nuestra existencia individual, la delicia del amor consiste en sentirse
metafísicamente poroso para otra individualidad, de suerte que solo en la
fusión de ambas, solo en una ‘individualidad de dos’ halla satisfacción.”
Y Ortega aclara que este anhelo de unión no se agota en lo anterior, pues
cuando el amor alcanza su plenitud culmina en la aspiración de dejar la fusión
cristalizada en un hijo en quien se
prolonguen y consoliden las cualidades del ser amado. Porque como enseñaba
Platón: el amor es anhelo de engendrar en lo perfecto, en lo bello.
Más allá de
esto, el elemento común a todo amor es una actividad espiritual que tiende hacia un objeto que
puede ser de distinta índole, desde una persona hasta una cosa. Es por ello que
no puede ser confundido con las actividades propiamente intelectuales como el
hecho de pensar, recordar, imaginar, ni menos, por cierto, razonar. Sin
embargo, es un tipo de conciencia más elevada que la intelectual. Tampoco, el
amor debe ser confundido con el deseo en
general. En verdad, el deseo es un gran obstáculo para la expresión del amor.
Porque el deseo posee un conocimiento imperfecto y falso, lo cual conduce a
quienes actúan bajo su influjo al esfuerzo inconsciente, al error, al desajuste
continuo y, en último término, al sufrimiento. Sri Aurobindo, el gran sabio
contemporáneo, ha enseñado al respecto: “El deseo es la raíz de todo dolor,
contrariedad y aflicción, pues aunque tenga una dicha febril de persecución y
satisfacción, con todo, debido a que siempre es una tensión del ser, implica en
su persecución y logro: esfuerzo, hambre, lucha, rápida sujeción a la fatiga,
sentido de limitación, insatisfacción y pronta contrariedad ante todas sus
conquistas, estimulación mórbida incesante, perturbación, inquietud.” Esto significa que mientras estemos atados a
los deseos, viviremos prisioneros del dolor y de la ilusión de felicidad y
alejados, por cierto, del verdadero amor.
Si no debemos
confundir el amor con el deseo en general, menos debemos hacerlo con el deseo
sexual. Investigaciones no solo metafísicas sino también empíricas han
demostrado que el amor por alguien no implica necesariamente deseo sexual, pues
ambas expresiones son independientes unas de otras, aunque en la realización del amor erótico verdadero se
integran armoniosamente.
El amor, en verdad, es esencialmente
espiritual y su expresión más real es la donación de sí, sin esperar
reciprocidad. El deseo sexual, en cambio, es una pulsión inconsciente del
cuerpo y busca un objeto sexual que desconoce para
Tanta es la independencia entre amor y deseo
sexual que es posible que alguien
encuentre un cuerpo perfecto para saciar su deseo sin sentir ningún amor por
tal persona. Y precisamente el sino trágico de Don Juan no es otro que nunca
hallar el objeto del deseo imaginado en sus sueños, extraviándose en los
profundos abismos infernales del anhelo carnal.
El amor es
una acción espiritual, porque amar es actuar hacia lo amado. Más aún, como ha
señalado, acertadamente, Ortega, el amor es en sí un acto transitivo en el que nos entregamos
solícitamente a lo amado: “Quietos, a
cien leguas del objeto, y aun sin que pensemos en él, si lo amamos, estaremos
emanando hacia él una fluencia indefinible, de carácter afirmativo y cálido.
Esto se advierte con claridad si confrontamos el amor con el odio. Estar
odiando algo o alguien no es un ‘estar’ pasivo, como el estar triste, sino que
es, en algún modo, acción, terrible acción negativa, idealmente destructora del
objeto odiado.”.
Esto significa
que en aquellas actividades “amorosas” en donde no hay un benevolente interés
en el otro, por lo que él es en sí mismo, no existe el amor. Es por ello que no
hay amor erótico entre hombre y mujer cuando ese cálido interés del uno por el
otro no existe.
Según este análisis aquello que en la vida
cotidiana denominamos “enamoramiento” no guarda, en verdad, relación con el
verdadero amor. Porque en él hay una reducción e incluso una cierta suspensión
de nuestra conciencia. Es por ello que se le ha comparado con el estado
psicológico del hipnotizado. Pues en
ambos estados la persona se siente entregada con placer por completo a otro
ser. Hay, además, aquí un retorno a un estado de infantilidad en el sentido en
que hay una contracción y empobrecimiento de la atención. El verdadero amor, en
cambio, es una ampliación, una expansión de conciencia a
través de la unificación con el otro. Y es precisamente este seudoamor el que
muchas escuelas éticas han rechazado. Por ejemplo, el Epicureísmo enseña que el
sabio en el arte de vivir ha de huir del “amor” como de un mal, pues éste nada
tiene de natural ni de racional. Porque este “amor” no sería más que una
tendencia a dotar al objeto amado de una perfección ilusoria. Es por ello que
en el Jardín de Epicuro nunca hubo espacio para el amor entre hombre y mujer.
De ahí sus recomendaciones, también,
para evitar el matrimonio y los hijos, los que, en su opinión, traían
aparejados mil problemas y eran incompatibles con la serenidad del alma, la
cual era la auténtica felicidad.
Existe, sin
embargo, el verdadero enamoramiento que en su sentido más universal es el
evento de despertar a la belleza del amado, un sentirse integralmente atraído e
inspirado por él. El enamoramiento real
es el punto de partida que nos conecta con el verdadero amor. Enrique Rojas nos
ha entregado un perfil más concreto de éste, cuando ha señalado: “Enamorarse es
encontrarse a sí mismo fuera de sí mismo. Es decirle a alguien: ‘¿Quieres
compartir la vida conmigo para siempre?’ En los tiempos actuales, al estar
falsificada la palabra amor, la
expresión para siempre connota algo
excesivo. Enamorarse es querer a alguien
en exclusividad y pensar con ella y en ella para compartir el futuro.”
En un sentido profundo el
proceso de enamorarse consiste en un reconocimiento de la belleza del alma del
amado por parte de nuestra alma. Enamorarse significa ingresar en un tiempo de
alegría prodigiosamente pura y armoniosa. Es la apertura a un mundo de
beatitud y el comienzo de una transformación
personal decisiva en la evolución del ser.
Ciertamente
el verdadero amor humano es difícil de realizar, porque una relación fundada sobre la mera atracción
sexual está lejos de expresar dicho amor. El amor erótico, en verdad, exige
mucho más que una armonía sexual y sentimental que muy a menudo se toma como la
totalidad de la relación de amor. El amor real, en cambio, supone las armonías
anteriores, pero, además, la unión de almas y, en último término, la
identificación espiritual. Solo en este caso la relación entre hombre y mujer
se convierte en una gran ayuda para ambos en su evolución personal.
La relación de alma con alma en la pareja surge por sí
misma de lo profundo del corazón espiritual. Ella se manifiesta en ambos como
un ideal de unidad –unidad de sentimientos, de pensamientos, de almas. Esta
relación esta llena de paz, de pureza y de sinceridad. Ni la lujuria ni la violencia, por tanto, la
obscurecen. Porque es una relación fundada en
nuestra verdad más profunda que es
Luz eterna, luz maestra de nuestro sendero.
3.2.1.Almas gemelas
Son almas que
comparten cualidades espirituales y
líneas de evolución espiritual semejantes, armonizando tan profunda e
integralmente que constituyen una unión
fecunda y feliz. Son espíritus que
incluso llegan a imaginarse que configuran un solo ser con su pareja. Así,
cuando están juntas se inspiran mutuamente, sacando naturalmente a la luz lo mejor
de cada una, aportándose elevación y crecimiento mutuo. Las tres
características fundamentales de la relación entre almas gemelas son: 1.Completa
simpatía espiritual, intelectual, sentimental hasta el punto de cada estado de
ánimo de uno se refleja simultáneamente en el otro; 2. Mutua y absoluta
correspondencia entre ambos y 3.Mutua y completa abnegación en donde no sólo cada
uno se entrega al otro por entero sino que también se brinda en lo que el otro
realmente necesita de él, pues es ésta una de las claves de su armonía. Esta
relación de plenitud y perfecta armonía no se construye de un día para otro
sino que habitualmente se desarrolla a lo largo de muchas vidas. Sin embargo,
al separarse las almas gemelas pierden su luz y su alegría hasta el punto de
que pueden marchitarse si no son lo
suficientemente fuertes.
3.3. Amor a la Sabiduría
Otra forma de amor que se diferencia de las anteriores,
porque involucra decisivamente la
inteligencia, el pensamiento, es el amor a la sabiduría o filosofía. En verdad,
la vinculación entre el amor y la filosofía está presente ya en los primeros
tiempos de ésta. Ya Platón, había
asemejado al dios del amor (eros) con el
filósofo, puesto que ambos están en una situación intermedia: el primero entre
la pobreza y la riqueza, en camino hacia
esta abundancia; el segundo, entre la ignorancia y la sabiduría, y por tanto,
en camino siempre hacia el saber. Aristóteles, por su parte, hablaba de la
amistad (filía) que unificaba amor y filosofía. También, está el concepto agustiniano de agápe o
charitas como camino de la verdad, fundado en la sapiencia que pertenece a
Dios, más aún, si la sapiencia se identifica con Dios, el filósofo verdadero es
el amante de Dios. Desde otra perspectiva, Spinoza afirma que la filosofía debe
desembocar en el amor intelectual
de Dios.
Pero es
Ortega y Gasset el que relaciona más acertadamente amor y filosofía. En primer
término este filósofo define la filosofía como una “ciencia general del amor”,
pues su misión es ligar conceptualmente las cosas para así conocerlas en todo
su valor, porque nada puede ser conocido en forma aislada. La filosofía, en
verdad, representa el mayor impulso hacia una conexión que intenta abrazarlo y
contenerlo todo. Tal conexión omnicomprensiva es la característica específica
que diferencia a la conexión filosófica de otras más parciales. En esto radica,
además, el carácter sistemático que ha de tener la filosofía para Ortega. La
filosofía es un amor intellectualis, es
decir, un amor respetuoso que aspira únicamente a la perfección de lo amado, a
su realización. Cuando filosofamos buscamos dentro de cada cosa una señal de su
posible realización. Ortega dice al respecto: “Un alma abierta y noble sentirá
la ambición de perfeccionarlo, de auxiliarla. Esto es amor –el amor a la
perfección de lo amado.”
Esto significa que la posesión filosófica de las cosas lejos de debilitar su
autonomía, la actualiza, la realiza cabalmente. Y según Ortega, únicamente de
este modo, la vida se amplía, se plenifica, se salva.
Porque la
filosofía es la vida misma en su función de comprender. Vale decir, es aquella zona consciente de la vida,
el faro luminoso que orienta nuestra navegación en los mares de la ignorancia.
Así, el amor a la sabiduría se realiza interesándonos en las cosas, pero
haciendo abstracción de la utilidad que
nos puedan prestar para la vida. Al filosofar, en verdad, buscamos la mismidad
de cada cosa, su ser mismo, dotándola de autonomía, de dignidad. La visión
filosófica es, pues un mirar desde las realidades mismas, no desde nosotros. Y
esto es la contemplación, un ejercicio propio de la filosofía. Pues en el amor
a la sabiduría como en la contemplación no hay afán por la posesión de las
cosas, lo cual de ser así no nos permitiría llevarlas hasta su plenitud.
Filosofar, por tanto, es buscar en algo lo que tenga de absoluto, dejar de usarlo, no querer que
nos sirva, sino servir nosotros de pupila y esto no es otra cosa que amor.