martes, 3 de septiembre de 2019

El Amor en el Oriente: De Khalil Gibran a Osho


                                               Renato Alejandro Huerta
                                           Magíster en Filosofía y en Programación Neurolingüística
                                      Integrante de Red Maestros de Maestros. Experto 2.
El amor, según Khalil Gibran

Gibran fue el poeta árabe de más amplia influencia en el Occidente del siglo XX, pero más allá de sus méritos literarios nos interesa destacar en este autor el valioso fondo de pensamiento místico que anima toda su obra. Khalil Gibran nació el año 1883, en Becharre, al norte del Líbano, en una familia de antigua raíz cristiana. Estudió pintura en París durante dos períodos: primero desde 1901 hasta 1903, y luego entre 1908 -año en que publicó su obra Espíritus Rebeldes-y 1910. A partir de este año se establece definitivamente en Nueva York, dedicándose a la pintura y a expresar a través de la literatura su pensamiento místico. Fallece en la señalada ciudad estadounidense en 1931, a los 48 años de edad. Sus obras fundamentales son: Alas Rotas, Una Lágrima y una Sonrisa, El Loco, El Profeta, Arena y Espuma, Jesús el Hijo del Hombre y Los Dioses de la Tierra.
Uno de los aspectos biográficos que hay que tener presente para comprender la actitud de Gibran en sus escritos es el hecho de que su vida fue una lucha constante contra la injusticia y el dogmatismo reinante en su tiempo. En esta situación, Gibran se siente un profeta capaz de defender los valores de la libertad espiritual de sus hermanos víctimas de leyes opresoras. Sin embargo, su rebeldía no es meramente de inspiración social sino esencialmente espiritual en la medida que responde a lo que el profeta percibe como la llamada mística del amor. Porque para Gibran el amor no es un arte que se adquiere por medio de la práctica sino una misteriosa llamada divina. Y en relación con el amor de pareja tampoco enseña que éste pueda surgir del paciente compañerismo y del cortejo tenaz, porque el verdadero amor es para él una armonía espiritual que si no se despierta en un momento, no podrá crearse hasta en muchas generaciones. Así, para el poeta árabe el verdadero origen del amor reside en una voluntad superior que trasciende infinitamente lo humano y que lo dirige. De este modo, un amante sería sólo un dócil juguete en manos del amor. Y si nos resistimos a su guía no podemos esperar más que frustración y agonía. Pero el amor es sabio, porque no sólo procede de la divinidad sino que es divino en sí mismo y por ello cuando alguien ama no debe decir: “Dios está en mi corazón”, sino “yo estoy en el corazón de Dios”[1]. Así, podemos comprender que para Gibran el amor sea un precioso regalo que Dios envía sólo a las almas despiertas a la honda voz de su propio corazón interior. Y este amor sagrado e irresistible no sólo alcanza su plenitud en la relación del alma humana con Dios sino también, aunque no habitualmente, en la relación entre humanos. Por ello, Gibran puede llegar a pensar que cuando un hombre y una mujer se unen en el amor, ambos tocan el corazón de la eternidad. El amor es un fuego espiritual que se consume, pero a la vez se nutre a sí mismo. Y este fuego, si es real, no es un calor fugaz como el de la pasión sino vigoroso y constante como las realidades espirituales. En sí mismo el amor es autosuficiente, porque encuentra su plenitud sólo en él mismo. El amor no es un intercambio que desemboca en encuentros luminosos y a la vez en oscuras separaciones entre los amantes, pues en el verdadero amor no puede existir el conflicto, porque es una armonía espiritual. Sin embargo, en una idea que parece ser contradictoria con la idea del amor como armonía, Gibran enseña que el amor también posee una cara dolorosa cuando se asocia con el deseo y con el exceso de ternura: “Pero si amáis e inevitablemente surgen deseos, dejad que éstos sean vuestros, para fluir y ser como el arroyuelo que canta su melodía en la noche, para conocer el dolor de la excesiva ternura.”[2]
Más allá de esto, el amor en su pureza original es éxtasis. Y al decir del poeta, es la única flor que crece y florece sin la ayuda de las estaciones, pues es incondicionada, libre. El amor en el ser humano hace que éste se colme de generosidad y se libere de los celos, convirtiendo su vida en un ensueño pleno de dicha. Porque el amor es como la muerte que todo lo transforma, excepto a sí misma.
Y paradójicamente el amor es también el corazón de la vida, en la medida en que existe en perpetua renovación de sí mismo. Y sólo conocemos su hondura hasta que llega la hora de la separación del ser amado.
Sólo con los ojos del amor somos capaces de percibir la belleza y la dignidad de la vida por doquier; mientras en la oscuridad del desamor todo nos parece insoportablemente feo u horrible.
En síntesis, si bien el pensamiento místico-poético de Gibran clausura la posibilidad de encontrar en su concepción del amor una idea precisa de éste, la meditación en sus obras nos permite acceder al menos a una serie de ideas verdaderas sobre el amor. Así, tenemos: el amor como una “afinidad espiritual” que “se crea en un momento” y que viene del cielo sin nuestro consentimiento, llegando a nosotros “por orden de Dios”, asumiendo de este modo nuestra vida.
Sin embargo, en su concepción hay también errores, porque si bien reconoce que el amor es felicidad, éxtasis, también señala que va unido al dolor e incluso a la crueldad como cuando nos llama a ser heridos, lastimados, y castigados por la propia comprensión del amor para luego “sangrar plena y regocijadamente” [3]. Tampoco, Gibran nos entrega una comprensión suficientemente clara de la relación entre la belleza y el amor limitándose sólo a darnos a entender que aquélla depende de nuestro ánimo interior, comparándola, además, con una verdad abierta “a la que sólo podemos comprender por medio del amor y tocar por medio de la virtud”.
 El Amor, según Osho
Osho Rajneesh está considerado como uno de los místicos de la India más originales y de más vasta influencia en la segunda mitad del siglo XX. Actualmente sus discursos en forma de libros, traducidos a treinta idiomas, inundan el mundo occidental. Rajneesh, quien se hizo llamar Osho en la fase final de su vida, nació en Kuchwada, Madhya Pradesh (India) en 1931.Osho, a pesar de que creció en un hogar profundamente religioso, nunca fue espiritual en el sentido usual del término sino más bien un rebelde frente a todas las tradiciones religiosas y sociales que ponen obstáculos a la libertad del ser humano. Se graduó en Filosofía y durante nueve años fue profesor de esta disciplina en la Universidad de Jabalpur. Nunca se consideró un pensador sino un poeta místico, aunque se sintió altamente identificado con Sócrates. Después de su labor académica viajó por toda la India dando conferencias, desafiando a debates públicos a los líderes religiosos ortodoxos así como cuestionando la verdad de las creencias tradicionales. Osho siempre estableció expresamente la diferencia entre su trabajo y la literatura o la comunicación verbal, que le parecían absolutamente insuficientes para su objetivo de provocar cambios en la conciencia humana. Osho falleció en 1990 luego de legar al mundo más de seiscientos discursos sobre la búsqueda y la realización espirituales.
Según Osho el amor es en un sentido radical una necesidad de unión con el Todo cósmico y esto supone que existimos separados de nuestra fuente. La separación de nuestro origen es debida a que nos identificamos con nuestro ego y éste es una falsa individualidad, pues existe desenraizada de la unidad cósmica. Y la actitud de quien se identifica con el ego es siempre exigir algo, de modo que sólo puede contentarse cuando puede obtener una recompensa. Mientras, que quien actúa inspirado por el amor es siempre pleno cuando puede entregar o compartir algo.
Osho analiza el lugar que ocupa el amor en la vida humana, pero de paso se ocupa de ir aclarando lo que él considera confusiones existenciales. La primera es la confusión de sexo con amor como si estuviesen en el mismo nivel o hubiese una implicación interna entre ellos. Y la verdad es que para Osho el sexo es sólo el flujo natural y biológico de la energía vital, en cambio, el amor es un flujo de energía espiritual. El sexo está en la periferia de nuestro ser, mientras el amor habita en el centro. En la evolución del ser, el sexo es sólo un primer peldaño que puede conducir al amor con la condición de que se lo realice en forma consciente: “El verdadero amor no es un preámbulo. Es una fragancia. No lo encuentras antes del sexo, sino después. No es un prólogo: es un epílogo. Si has experimentado el sexo y sientes compasión por el otro, surgirá el amor. Y si meditas, te sentirás compasivo. Si meditas durante el acto sexual, tu compañero no será solamente un instrumento para tu placer físico. Te sentirás agradecido, porque ambos han llegado a una profunda meditación” .Según Osho cuando el sexo deja de ser mecánico y se convierte en meditativo podemos llegar a percibir la presencia de la fragancia del amor que subsiste detrás de él. Y por este camino de comprensión este maestro místico llega a definir el amor como una combinación de gratitud, amistad y compasión. Así como el sexo implica un encuentro físico, un encuentro corporal, el amor consiste en un encuentro de las almas, un encuentro espiritual entre dos personas. Para Osho, además, el amor no es el fin de la evolución espiritual, pues la oración está sobre él, porque ya no es un encuentro entre personas limitadas sino la unión de nuestra individualidad con el todo, con el otro transpersonal.
El amor es, por tanto, un producto de una conciencia meditativa que nos conecta con nuestra armonía interior. Según Osho el amor nunca es exclusivo, porque si amamos verdaderamente, entramos en un estado en que abrimos el alma a la totalidad de la existencia y no a un ser particular. Así, el amor viene a ser una forma de vida y no una mera atracción que está destinada, con el transcurso del tiempo, a convertirse en repulsión producida por el aburrimiento o el hastío. El verdadero amor sólo puede existir como un estado conciencia que está más allá de la atracción y la repulsión, las que son propias de la pasión. Y es esta pasión la que ha sido confundida con el amor, vale decir, nuestra cultura habita en una comprensión errónea del amor: “Lo que llamamos amor es sólo apasionamiento. Comienzas a amar a alguien. Si ese alguien llega a ser totalmente tuyo, el amor pronto morirá; pero si se presentan obstáculos, si no puedes tener a la persona que amas, el amor se hará más intenso. Mientras más obstáculos existan, más intensamente será experimentado el amor. Si el ser amado es inaccesible, el amor se vuelve eterno; pero si puedes alcanzar fácilmente a tu ser amado, el amor morirá con igual facilidad.” Este seudo amor en que ha reposado la humanidad a lo largo de su historia no pasa de ser, sin duda, una tensión o conflicto del ego. Es por ello que Osho nos sugiere un camino hacia el verdadero amor de cuatro pasos que desemboca en la anulación del ego. El primer paso es estar aquí y ahora, porque el amor no es posible en el pasado sino sólo en el "aquí-ahora". El segundo paso es transformar nuestras emociones negativas en afirmativas mediante la alquimia de la meditación. El tercer paso es compartir la totalidad de nuestra vida, ya sea sus aspectos luminosos y bellos, como nuestros pasos en falso. Y el cuarto paso consiste en vaciar la copa del ser, desarraigando el ego, dejando fuera, por tanto, toda su formidable red de preferencias, propósitos, intereses y vínculos egoístas para que el río del amor fluya, pues el amor sólo fluye en alguien cuya conciencia habita en una percepción esencial de la vida sin formación de ideas o imágenes perturbadoras.
Según Osho lo paradojal es que quienes se sienten constantemente “enamorados” no están en posesión del amor, por eso no son más capaces que del eco y de las sombras de la pasión. Y por no tener amor, no pueden entregarlo. Y Osho agrega que una persona inmadura sólo se enamora de otra persona inmadura, puesto que sólo ellas están en condiciones de comprender su lenguaje. Por otro lado, únicamente una persona madura ama a una persona madura. Es por ello que para Osho el secreto del amor reside en madurar primero, sólo entonces encontraremos una pareja madura; mientras que la gente inmadura nada nos inspirará. La paradoja final acontece cuando dos personas maduras se enamoran, pues como es natural permanecen juntas y comparten, sin embargo, están, de algún modo, solos, pero a la vez, tan unidos que casi son uno. Pero su unión no anula su individualidad; al contrario, les da mayor esplendor, porque les hace ser más ellos mismos. Así, podemos comprender que las parejas maduras enamoradas se ayuden mutuamente a ser más libres.
El mensaje final de Osho es que el verdadero alimento del alma, su anhelo eterno es precisamente el amor, y sin él el instrumento musical del corazón humano no puede interpretar la melodía de su realización espiritual.
En síntesis, Osho Rajneesh nos presenta una concepción espiritualmente válida del sentimiento del amor, sin embargo, quien quiera buscar en él una perspectiva sistemática o más argumentada sobre dicha realidad no la encontrá. Osho nos entrega bellas intuiciones poéticas, psicología espiritual práctica, pero no un horizonte de comprensión global sobre el amor para poder contemplarle en su verdadera naturaleza.




[1] Khalil Gibran, El Profeta, en Obras Completas, V.II, Ed. Bibliográfica Internacional S.A., Barcelona, 1997, pág. 374.
[2] Idem.,pág.375.




[3] Idem

Metafísica del amor


                                    Renato Alejandro Huerta
                                          Magíster en Filosofía y en Programación Neurolingüística
                                            Integrante de Red Maestros de Maestros. Experto 2.

1.ORIGEN DEL AMOR

El amor es una manifestación  de la bienaventuranza  en la cual el universo se funda y hacia donde, en último término, camina.  Dicha bienaventuranza es el aspecto final del espíritu.  Porque éste  no solo es eternidad y  conciencia. Y si en el juego del universo esta última es, en sentido estricto,  la creadora del universo, el amor, por otro lado, es, en este contexto, la fuerza salvadora de dicho universo.

     El amor  es una fuerza que el autor del universo hizo descender hasta la realidad material inerte y oscura con el fin de que los habitantes de nuestro mundo retornasen a Él. El descenso del amor a las tinieblas provocó que  los oídos sellados se abriesen a un despertar que tenía el signo del verdadero gozo, pues el amor es deleite. Y con este despertar al amor, en el mundo ingresó la posibilidad de volver al mundo divino. Dicho mundo antes de este despertar no era más que materia muerta, la cual a partir del advenimiento del amor despertó a la vida. Y es desde entonces que el mundo ha ido hacia  la fuente  del amor, sin embargo, ha seguido caminos errados, transitando derroteros equivocados o quiméricos. Porque la mayor parte ha buscado el amor careciendo de una  idea orientadora de lo que éste es, confundiéndolo con multitud de fuerzas muy lejanas a su verdadera naturaleza. Todo ser humano  ha buscado este principio de unidad, porque el espíritu  humano ha estado siempre reclamando  por la realización y el éxtasis que sólo el poder del amor prodiga. Pero la mayor parte ha fracasado en alcanzarlo. Sin embargo, cuando un mundo ha llegado  a tornarse consciente, abierto al amor real, el Creador mismo ha respondido derramando su Amor sobre ese mundo. Así, el círculo del universo se completa, se cierra,  dos extremos se encuentran en un éxtasis cabal y permanente.

     El amor tiene múltiples formas de manifestación, o mejor dicho, sus expresiones son infinitas. Quienes han desarrollado su conciencia lo suficiente pueden percibirlo incluso en la tierra y en las piedras. Pero, más fácil aún es sentirlo en las plantas y animales. En el hombre se descubre en múltiples modos que van configurando su posibilidad más  luminosa. El amor es el más tangible  signo de la Gracia del Absoluto por la Tierra y cada ser refleja su pujanza,  según su capacidad y receptividad espirituales.

     El amor es el ímpetu que está presente, aunque al principio de la evolución de un modo oscurecido y debilitado, en todos los movimientos de la naturaleza física y vital, como aquello que empuja hacia la agrupación, hacia la unión. Y dicho ímpetu se traduce en el ámbito de los árboles y  las plantas como la necesidad de procurarse más luz, más aire en orden a crecer. En los animales, está presente detrás del hambre, de la sed, de la necesidad de apropiación, de la procreación; y en las especies superiores en el esfuerzo abnegado de la hembra por la supervivencia de sus descendientes. El amor está asociado en todos los movimientos  perfectivos del cosmos material sin identificarse con éste.

     En el hombre, cuya significación esencial es el advenimiento del principio mental en la evolución, el amor alcanza una manifestación más consciente y voluntaria. En este punto de la evolución es cuando aparece en forma diáfana en las obras de la naturaleza, una voluntad de recrear, por etapas y gradaciones, la unidad primordial, por medio de agrupaciones cada vez más numerosas y complejas. Así, la naturaleza, usando la fuerza del amor para acercar a los seres humanos rompe el egoísmo personal para cambiarlo en un egoísmo dual y con la venida de los hijos configura esa unidad más rica que es la familia. Con el transcurrir del tiempo se van formando agrupaciones más complejas aún: clanes, tribus e incluso naciones. Pero esto no concluye aquí, pues esta labor de agrupación  se va efectuando en los diferentes puntos del mundo, concretándose en los diversos pueblos y ulteriormente en la fusión de éstas entre sí.

     El amor se expresa en el hombre medio como un anhelo de entregarse a los demás y recibir a los demás en armonioso intercambio. Su esencia en el nivel evolutivo de lo humano consiste en una acción recíproca en la que la dicha de dar se iguala con la dicha de recibir.

     Más allá de lo anterior, el amor es en su esencia una de las mayores fuerzas del universo. Una fuerza que existe por sí misma, independientemente de los objetos a través de los cuales se manifiesta. Dicha fuerza se expresa en todos los sitios en los que encuentra una clara posibilidad de recepción, en todos los lugares en donde encuentra  una apertura  hacia su movimiento.

     Lo que habitualmente comprendemos como ‘nuestro amor’, considerando que es algo personal  o individual  no es más que la aptitud para recibir  y manifestar esta fuerza universal y consciente. Pues el amor es una fuerza-consciente que lúcidamente busca su manifestación y su realización en el mundo a través de quienes escoge como sus instrumentos. Y éstos no son otros que quienes son capaces de una respuesta. En ellos el amor intenta realizar su propósito eterno.

     Puesto que el amor es universal quienes creen tener una experiencia propia, personal del amor verdadero se equivocan, pues su vivencia no es más que una ola del infinito océano del amor universal.

     El amor es una expresión espiritual: las deformaciones que vemos de él en nuestro mundo son producto de la inconsciencia de sus instrumentos.

     El amor no puede ser confundido con el deseo, con la sed de posesión, con el apego personal. En su expresión más pura es la búsqueda de la unión con el Todo. Por ello quien no está abierto al amor en su esencia y en su verdad no puede unirse al Ser Absoluto.

     El amor es aquella fuerza que intenta conducir cada cosa hacia la perfección de su ser específico. El amor despliega una acción evolutiva y edificadora en el cosmos. Es la fuerza que orienta las cosas hacia su arquetipo que se halla en el origen.

     El amor en sí mismo es el bien supremo más allá de lo cual no hay nada de mayor bondad.

2.ESENCIA DEL AMOR

El amor no es mera unión vital, simpatía, filantropía, cariño o afecto, aunque  tenga alguna relación con estas expresiones. El amor es, en esencia,  una unión con el ser amado liberada de toda sombra de egocentrismo. Pues solo superando el ego podemos ingresar en el  ámbito del   amor. Esto significa contemplar lo amado como un ser distinto de nosotros, como un ser autónomo y diferente. La experiencia del amor es la de la fusión de un yo y un tú distintos. El amor es la fuerza orientadora que conduce al otro al cumplimiento de su vocación.

     En el ámbito humano el amor se manifiesta como un sentimiento espiritual permanente que unifica a dos almas que son una en esencia, pero dual en la manifestación terrestre actual. El verdadero amor dota a los hombres y a las mujeres de un poder que puede elevarlos hasta  las más altas cimas  y hacia inimaginables hazañas de sacrificio por el ser amado. Y tales hazañas  no son producto de una compulsión, sino un gozoso acto de ofrenda. Sin este fuego del sacrificio, además, ningún amor humano puede alcanzar  su verdadera pureza original. Porque el amor  más alto no es un mero intercambio de emociones y  sentimientos, sino una ofrenda absoluta de lo que somos o de lo que podemos ser, es decir, la entrega de todos nuestros actos de voluntad, de pensamiento; de todos nuestros impulsos y sentimientos al ser amado.         
                                                                                                          
     En el ser humano  el amor es un eslabón entre su alma y el Todo. Porque el alma humana  emanó del todo absoluto y ha sido colocada en este mundo terrestre con la clara misión de avanzar en el proceso evolutivo. El  amor pleno, más excelso, consiste, pues, en la relación entre el ser humano y el ser absoluto y no en una pareja humana. El amor entre seres humanos siempre es limitado y a menudo se deforma, convirtiéndose muchas veces en un intercambio egoísta, posesivo, violento, lujurioso y demandante. En el amor más excelso, en cambio, toda exigencia a lo divino representa una fractura en la espontánea pureza de la relación. Porque el amor es, en esencia, una consagración total, no un mero intercambio ni mucho menos una transacción.

     El amor humano aparente vive básicamente del cambio y  del intercambio. Y esto conduce a las continuas disputas y desarmonías, porque en él rigen las exigencias clamorosas de la posesión y  de la satisfacción de las más oscuras  pasiones que en ocasiones  llegan a traducirse en áspero odio. Y esto no concluye sino con la frustración. El verdadero amor, en cambio, implica  vivir en un estado de autolvido y contento interior. No se identifica con el altruismo común, pues detrás de éste hay el deseo de gloria y fama, un deseo de satisfacer un sentimiento de superioridad. Porque en su origen el altruismo es una mera virtud mental, mientras el verdadero amor es un poder del alma que se expresa a sí mismo en  nuestro ser emocional superior que se ha solido llamar, en todos los tiempos,  corazón. Éste no es el alma, pero es el centro más cercano a ella.  El corazón puede ser un poderoso instrumento de manifestación del alma. Otros centros o bien están demasiado lejos para sentir las olas radiantes del alma o bien no están lo suficientemente refinados para sentir sus vibraciones. Por ejemplo, el cerebro está demasiado preocupado con los movimientos del pensamiento que son demasiado abstractos  y fríos para sentir el aliento luminoso y tenue del alma. La vida común del ser humano  está centrada  en torno al mundo de las informaciones externas y del clamor de las falsas necesidades y, además, poco habituada a escuchar la voz sutil del alma. El dominio de ésta está lejos de los bullicios de los caprichos  y tiene el sello de la calma, de la paz, pues siempre está orientada hacia su  origen celeste. Solo el centro del corazón situado entre las abstracciones  del centro mental y el centro de las pasiones comunes puede albergar el delicado y milagroso poder del alma. Pero no es fácil tomar contacto con tal poder, pues el corazón habitualmente está cubierto por múltiples capas de deseos insaciables y de mezquindades que se elevan desde el centro vital  o bien  está oscurecido por las sombras de la inercia y la rutina de los  hábitos físicos.  Es muy común que nuestras emociones estén mezcladas y no permitan que el alma  se convierta en el ser regente de nuestra conciencia. 

     El verdadero amor por una persona no es el mero movimiento hacia sus cualidades positivas, hacia su bondad, hacia su inteligencia o hacia su belleza. Incluso podríamos  admirar a una persona con dichas cualidades, pero sin amarla.

     En verdad, el amor genuino es algo  que no se satisface con las cualidades que la persona amada  pueda tener en su presente, sino que es el movimiento que intenta llevar a tal persona hacia sus posibilidades más plenas, más nobles. Asimismo, el amor no se fija  en la viabilidad de tales posibilidades sino que sigue adelante siempre en su labor perfectiva.

     A la luz del amor, además, todo adquiere una dignidad mayor, todo se transforma en más valioso. En tal sentido, el amor es una perspectiva que muestra lo valioso de las cosas incluso más aparentemente insignificantes, más adversas en nuestra vida.

     Para la visión del amor nada es desechable, nada está maldito. Aunque ve los errores como tales, las oscuridades como lo que son, nunca los condena como irremediables. Por ello la visión del amor no puede ser considerada como condescendiente a ultranza.

     En suma, a mi juicio, el amor es una fuerza trascendente que existe por sí misma y que en su movimiento evolutivo se derrama sobre todas las cosas, las engloba para unirlas, abrazarlas y ayudarlas a ser lo que son tras las apariencias. Tal es el amor cósmico, el cual cuando se fija en un ser determinado se convierte en el amor individual. Y esta última sabiduría del amor nos enseña que cuanto más se dé uno mismo, más crecerá en la capacidad de recibir la energía trascendente del amor. Porque la entrega absoluta de sí, sin pedir ni retener, es el solo secreto de toda realización en el amor.

3.LAS FORMAS DEL AMOR

Al igual que Fromm, distingo distintas formas de amor, consciente, por cierto, de que son tan sólo expresiones del amor universal que está presente en todas. Seguidamente explicaré las más originales sin repetir conceptos ya tratados anteriormente por otros autores.

3.1.Amistad


La amistad es la   manifestación más plenamente humana del amor en sí. Para los antiguos la amistad era una relación interpersonal afectiva que aparecía como la culminación de la vida y una escuela de las virtudes. La mayor parte de los filósofos griegos intentaron definirla y Aristóteles, el más grande de ellos, le dedicó varios libros de sus obras de Ética. Más aún, Aristóteles coloca a la amistad por sobre la justicia misma, pues enseña que donde reina la amistad, la justicia está implícita, mientras que al revés el ser justo no lleva consigo la virtud de la amistad.  ¿En qué consistía esa relación afectiva que los pensadores griegos llamaban amistad? Unos sostenían que ella era una cierta semejanza y, por tanto, que los seres que se parecían eran los  verdaderamente amigos, porque lo semejante atrae a lo semejante. Otros decían lo contrario, es decir, que los que se parecían se rechazaban mutuamente, como sucede, por ejemplo, con los que desempeñan una misma actividad y son, por tanto, competidores. Heráclito, uno de los más importantes filósofos presocráticos, sostenía, por su parte, que la más bella armonía no surgía sino de los contrastes y de las diferencias; y que todo - incluso la amistad- había salido de la discordia. Más allá  de esto, Aristóteles intenta clarificar estas discrepancias centrando su investigación en aquello que es el objeto de la amistad. Y este objeto no es otro que el bien o, mejor dicho, lo que nos parece  bueno. Según Aristóteles toda amistad implica reciprocidad de afectos, por ello no puede considerarse amistad la relación, por ejemplo,  entre un ser humano y un ser inanimado o irracional. La amistad, en verdad, es una especie de benevolencia recíproca entre personas. Más precisamente, Aristóteles  piensa que la amistad es la interrelación de sentimientos de benevolencia,  de un mutuo deseo consciente de bien. De acuerdo con este  filósofo, la amistad reviste el carácter de los motivos que la inspiran: y al igual que ellos, es de tres especies: por interés, por placer y por virtud. Sin embargo, a mi juicio, la  amistad tanto por interés como la amistad por placer  son  amistades  solo en un sentido metafórico, no real. Porque los “amigos” en el primer caso no se estiman por sus personas, sino en razón del provecho que pueden obtener de sus relaciones mutuas. En el segundo caso, sucede algo semejante, porque aquí los “amigos” se estiman solo a causa del placer que recíprocamente se proporcionan y no por ellos mismos.  En el fondo en estas dos formas de falsa amistad solo se busca el propio bien personal y no el de la otra persona. Para Aristóteles, en verdad, la real y plena amistad es la que se cristaliza entre personas virtuosas. No es fácil, pues alcanzar la verdadera amistad, pues presupone ya un alto nivel moral, pero a la vez la misma amistad es una instancia de crecimiento espiritual para las personas.

     El origen social de la amistad reside  en el compañerismo, es decir,  en un contexto en que dos seres humanos  tienen en común ya sea una comprensión semejante de ciertas realidades, ya algún interés compartido o bien  una simple afición que les separa del grupo. Pero la amistad es una relación interpersonal que no solo implica el hecho de realizar alguna actividad externa en conjunto. Pues  amigos son, en verdad, sólo aquellos que realizan un género de actividad  en conjunto que tiene el sello de lo espiritual. Porque  la amistad  para ser tal debe cristalizarse en torno a una actividad en que participe el alma.

La amistad no tiene un valor utilitario o de supervivencia: desde una perspectiva materialista básica es una actividad superflua, sin embargo, es una necesidad  constitutiva de la evolución espiritual del ser humano. La amistad, asimismo, es una de las más altas posibilidades de comunicación, pues su atmósfera natural es la sinceridad y la búsqueda conjunta de la verdad. Se ha dicho, además, acertadamente, que los verdaderos amigos “concuerdan”[1], es decir, vibran con un mismo corazón o alma, compartiendo los buenos y los malos momentos  que depara la vida.


     Si bien la amistad es más frecuente entre las personas del mismo sexo, no son pocas las amistades que pueden generarse entre personas de distinto sexo. En este último caso, la amistad puede  fácilmente convertirse en amor erótico, a menos que entre ambos no exista ninguna atracción física. Porque, en verdad, no hay contradicción entre ambas relaciones afectivas: es perfectamente real sentir amor erótico y amistad por la misma persona. Sin embargo, me parece erróneo considerar, a diferencia de otros autores, que puede pasarse desde el amor erótico a la amistad, puesto que pensar así implica tener un concepto muy pobre de lo que es el amor erótico, pues éste, como ha demostrado Fromm, no es un mero deseo sexual.

     La amistad es un tipo de amor espiritual, pues no tiene una base ni biológica ni material. Además, su condición de posibilidad es la libertad mutua. Y  precisamente la esencia del amor es la libertad, pues ésta es la esencia del espíritu.

     Una de las mejores definiciones de la amistad, desde una perspectiva metafísica, podemos encontrarla en C. S. Lewis, quien nos dice: “La amistad no es una recompensa por nuestra discriminación y buen gusto para encontrarnos unos con otros. Es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás...;por medio de la amistad, Dios nos abre los ojos ante ellas.



[1] Del latín “cum corde”


Como todas las bellezas, proceden de Él a través de la  amistad misma, de modo que éste es su instrumento para crear tanto como para revelar.”[1]

     La amistad, en verdad, es una forma de amor que está estrechamente ligada al amor espiritual y como éste, las contingencias físicas le son ajenas. La amistad une y abre las almas a planos superiores  de conciencia, prodigándonos una felicidad serena y profunda que nada ni nadie puede perturbar.

3.2.Amor entre Hombre y Mujer

En estas últimas décadas han circulado múltiples libros que estudian este tipo de amor, sin embargo, la mayor parte de ellos no ha logrado alcanzar un  concepto suficientemente profundo tanto sobre el amor en general como acerca de este amor en particular. Además, se ha exagerado con perspectivas psicologistas que se han perdido en una casuística miope.

     La verdad es que el amor erótico surge provocado por el ser que ante los ojos del amante aparece haciendo gala de cualidades ideales.  Tan pronto este proceso erótico se inicia, el amante experimenta la urgencia de fusionar su ser en el del otro, y viceversa,  absorber en su ser la identidad del ser amado. A este respecto Ortega y Gasset señala: “Mientras en todos los otros casos de la vida nada repugnamos tanto como ver invadidas por otro ser las fronteras de nuestra existencia individual, la delicia del amor consiste en sentirse metafísicamente poroso para otra individualidad, de suerte que solo en la fusión de ambas, solo en una ‘individualidad de dos’ halla satisfacción.”[2] Y Ortega aclara que este anhelo de unión no se agota en lo anterior, pues cuando el amor alcanza su plenitud culmina en la aspiración de dejar la fusión cristalizada  en un hijo en quien se prolonguen y consoliden las cualidades del ser amado. Porque como enseñaba Platón: el amor es anhelo de engendrar en lo perfecto, en lo bello.



[1] Lewis, C.S. Los Cuatro Amores, Trad. de María Luz  Huidobro, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1992,pág.107.
[2] Ortega y Gasset; José. Estudios  sobre el Amor, Alianza Editorial, Madrid, 1980.p. 35.



     Más allá de esto, el elemento común a todo amor es una actividad  espiritual que tiende hacia un objeto que puede ser de distinta índole, desde una persona hasta una cosa. Es por ello que no puede ser confundido con las actividades propiamente intelectuales como el hecho de pensar, recordar, imaginar, ni menos, por cierto, razonar. Sin embargo, es un tipo de conciencia más elevada que la intelectual. Tampoco, el amor  debe ser confundido con el deseo en general. En verdad, el deseo es un gran obstáculo para la expresión del amor. Porque el deseo posee un conocimiento imperfecto y falso, lo cual conduce a quienes actúan bajo su influjo al esfuerzo inconsciente, al error, al desajuste continuo y, en último término, al sufrimiento. Sri Aurobindo, el gran sabio contemporáneo, ha enseñado al respecto: “El deseo es la raíz de todo dolor, contrariedad y aflicción, pues aunque tenga una dicha febril de persecución y satisfacción, con todo, debido a que siempre es una tensión del ser, implica en su persecución y logro: esfuerzo, hambre, lucha, rápida sujeción a la fatiga, sentido de limitación, insatisfacción y pronta contrariedad ante todas sus conquistas, estimulación mórbida incesante, perturbación, inquietud.”[1]  Esto significa que mientras estemos atados a los deseos, viviremos prisioneros del dolor y de la ilusión de felicidad y alejados, por cierto, del verdadero amor.


     Si no debemos confundir el amor con el deseo en general, menos debemos hacerlo con el deseo sexual. Investigaciones no solo metafísicas sino también empíricas han demostrado que el amor por alguien no implica necesariamente deseo sexual, pues ambas expresiones son independientes unas de otras, aunque en la  realización del amor erótico verdadero se integran armoniosamente.

     El amor, en verdad, es esencialmente espiritual y su expresión más real es la donación de sí, sin esperar reciprocidad. El deseo sexual, en cambio, es una pulsión inconsciente del cuerpo y busca un objeto sexual que desconoce para



[1] Aurobindo, Sri. Síntesis del Yoga. Yoga de Autoperfección, Trad. de Héctor Morel, Ed. Kier, Buenos Aires, 1972, Tomo II,pág.52.

 saciarse. Este deseo se dispara en múltiples direcciones sin tener un objeto definido, concreto.

     Tanta es  la independencia entre amor y deseo sexual  que es posible que alguien encuentre un cuerpo perfecto para saciar su deseo sin sentir ningún amor por tal persona. Y precisamente el sino trágico de Don Juan no es otro que nunca hallar el objeto del deseo imaginado en sus sueños, extraviándose en los profundos abismos infernales del anhelo carnal.

     El amor es una acción espiritual, porque amar es actuar hacia lo amado. Más aún, como ha señalado, acertadamente, Ortega, el amor es en sí  un acto transitivo en el que nos entregamos solícitamente  a lo amado: “Quietos, a cien leguas del objeto, y aun sin que pensemos en él, si lo amamos, estaremos emanando hacia él una fluencia indefinible, de carácter afirmativo y cálido. Esto se advierte con claridad si confrontamos el amor con el odio. Estar odiando algo o alguien no es un ‘estar’ pasivo, como el estar triste, sino que es, en algún modo, acción, terrible acción negativa, idealmente destructora del objeto odiado.”[1].

     Esto significa que en aquellas actividades “amorosas” en donde no hay un benevolente interés en el otro, por lo que él es en sí mismo, no existe el amor. Es por ello que no hay amor erótico entre hombre y mujer cuando ese cálido interés del uno por el otro no existe.

     Según este análisis aquello que en la vida cotidiana denominamos “enamoramiento” no guarda, en verdad, relación con el verdadero amor. Porque en él hay una reducción e incluso una cierta suspensión de nuestra conciencia. Es por ello que se le ha comparado con el estado psicológico del  hipnotizado. Pues en ambos estados la persona se siente entregada con placer por completo a otro ser. Hay, además, aquí un retorno a un estado de infantilidad en el sentido en que hay una contracción y empobrecimiento de la atención. El verdadero amor, en



[1] Ortega y Gasset, op.cit., pág.39.

cambio, es una ampliación, una expansión de conciencia a través de la unificación con el otro. Y es precisamente este seudoamor el que muchas escuelas éticas han rechazado. Por ejemplo, el Epicureísmo enseña que el sabio en el arte de vivir ha de huir del “amor” como de un mal, pues éste nada tiene de natural ni de racional. Porque este “amor” no sería más que una tendencia a dotar al objeto amado de una perfección ilusoria. Es por ello que en el Jardín de Epicuro nunca hubo espacio para el amor entre hombre y mujer. De ahí sus recomendaciones, también,  para evitar el matrimonio y los hijos, los que, en su opinión, traían aparejados mil problemas y eran incompatibles con la serenidad del alma, la cual era la auténtica felicidad. 

     Existe, sin embargo, el verdadero enamoramiento que en su sentido más universal es el evento de despertar a la belleza del amado, un sentirse integralmente atraído e inspirado por él.  El enamoramiento real es el punto de partida que nos conecta con el verdadero amor. Enrique Rojas nos ha entregado un perfil más concreto de éste, cuando ha señalado: “Enamorarse es encontrarse a sí mismo fuera de sí mismo. Es decirle a alguien: ‘¿Quieres compartir la vida conmigo para siempre?’ En los tiempos actuales, al estar falsificada la palabra amor, la expresión para siempre connota algo excesivo. Enamorarse es querer a alguien en exclusividad y pensar con ella y en ella para compartir el futuro.”[1]

     En un sentido profundo el proceso de enamorarse consiste en un reconocimiento de la belleza del alma del amado por parte de nuestra alma. Enamorarse significa ingresar en un tiempo de alegría prodigiosamente   pura  y armoniosa. Es la apertura a un mundo de beatitud  y el comienzo de una transformación personal decisiva en la evolución del ser.

     Ciertamente el verdadero amor humano es difícil de realizar, porque   una relación fundada sobre la mera atracción sexual está lejos de expresar dicho amor. El amor erótico, en verdad, exige mucho más que una armonía sexual y sentimental que muy a menudo se toma como la totalidad de la relación de amor. El amor real, en cambio, supone las armonías anteriores, pero, además, la unión de almas y, en último término, la identificación espiritual. Solo en este caso la relación entre hombre y mujer se convierte en una gran ayuda para ambos en su evolución personal.

     La relación de alma con alma en la pareja surge por sí misma de lo profundo del corazón espiritual. Ella se manifiesta en ambos como un ideal de unidad –unidad de sentimientos, de pensamientos, de almas. Esta relación esta llena de paz, de pureza y de sinceridad. Ni  la lujuria ni la violencia, por tanto, la obscurecen. Porque es una relación fundada en  nuestra verdad más profunda que es  Luz eterna, luz maestra de nuestro sendero.

3.2.1.Almas gemelas

      Son almas que comparten  cualidades espirituales y líneas de evolución espiritual semejantes, armonizando tan profunda e integralmente  que constituyen una unión fecunda y feliz. Son espíritus  que incluso llegan a imaginarse que configuran un solo ser con su pareja. Así, cuando están juntas se inspiran mutuamente, sacando naturalmente a la luz lo mejor de cada una, aportándose elevación y crecimiento mutuo. Las tres características fundamentales de la relación entre almas gemelas son: 1.Completa simpatía espiritual, intelectual, sentimental hasta el punto de cada estado de ánimo de uno se refleja simultáneamente en el otro; 2. Mutua y absoluta correspondencia entre ambos y 3.Mutua y completa abnegación en donde no sólo cada uno se entrega al otro por entero sino que también se brinda en lo que el otro realmente necesita de él, pues es ésta una de las claves de su armonía. Esta relación de plenitud y perfecta armonía no se construye de un día para otro sino que habitualmente se desarrolla a lo largo de muchas vidas. Sin embargo, al separarse las almas gemelas pierden su luz y su alegría hasta el punto de que pueden marchitarse si no son  lo suficientemente fuertes.


3.3. Amor a la Sabiduría


Otra forma de amor que se diferencia de las anteriores, porque  involucra decisivamente la inteligencia, el pensamiento, es el amor a la sabiduría o filosofía. En verdad, la vinculación entre el amor y la filosofía está presente ya en los primeros tiempos de ésta. Ya  Platón, había asemejado  al dios del amor (eros) con el filósofo, puesto que ambos están en una situación intermedia: el primero entre la pobreza y la riqueza, en camino  hacia esta abundancia; el segundo, entre la ignorancia y la sabiduría, y por tanto, en camino siempre hacia el saber. Aristóteles, por su parte, hablaba de la amistad (filía) que unificaba amor y filosofía. También,  está el concepto agustiniano de agápe o charitas como camino de la verdad, fundado en la sapiencia que pertenece a Dios, más aún, si la sapiencia se identifica con Dios, el filósofo verdadero es el amante de Dios. Desde otra perspectiva, Spinoza afirma que la filosofía  debe  desembocar  en el amor intelectual de Dios.

     Pero es Ortega y Gasset  el que relaciona  más acertadamente amor y filosofía. En primer término este filósofo define la filosofía como una “ciencia general del amor”, pues su misión es ligar conceptualmente las cosas para así conocerlas en todo su valor, porque nada puede ser conocido en forma aislada. La filosofía, en verdad, representa el mayor impulso hacia una conexión que intenta abrazarlo y contenerlo todo. Tal conexión omnicomprensiva es la característica específica que diferencia a la conexión filosófica de otras más parciales. En esto radica, además, el carácter sistemático que ha de tener la filosofía para Ortega. La filosofía es un amor intellectualis, es decir, un amor respetuoso que aspira únicamente a la perfección de lo amado, a su realización. Cuando filosofamos buscamos dentro de cada cosa una señal de su posible realización. Ortega dice al respecto: “Un alma abierta y noble sentirá la ambición de perfeccionarlo, de auxiliarla. Esto es amor –el amor a la perfección de lo amado.” [2] Esto significa que la posesión filosófica de las cosas lejos de debilitar su autonomía, la actualiza, la realiza cabalmente. Y según Ortega, únicamente de este modo, la vida se amplía, se plenifica, se salva.

     Porque la filosofía es la vida misma en su función de comprender. Vale  decir, es aquella zona consciente de la vida, el faro luminoso que orienta nuestra navegación en los mares de la ignorancia. Así, el amor a la sabiduría se realiza interesándonos en las cosas, pero haciendo abstracción  de la utilidad que nos puedan prestar para la vida. Al filosofar, en verdad, buscamos la mismidad de cada cosa, su ser mismo, dotándola de autonomía, de dignidad. La visión filosófica es, pues un mirar desde las realidades mismas, no desde nosotros. Y esto es la contemplación, un ejercicio propio de la filosofía. Pues en el amor a la sabiduría como en la contemplación no hay afán por la posesión de las cosas, lo cual de ser así no nos permitiría llevarlas hasta su plenitud. Filosofar, por tanto, es buscar en algo lo que tenga  de absoluto, dejar de usarlo, no querer que nos sirva, sino servir nosotros de pupila y esto no es otra cosa que amor.




[1] Rojas, Enrique. El Amor Inteligente. Ed. Planeta, Buenos Aires, 1997,pág.71.
[2] Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote, O.C. Tomo I, Ed. Revista de Occidente, Madrid ,1969, pág.311.

jueves, 22 de agosto de 2019


Resumen de SIDDHARTHA de Hermann Hesse

PRIMERA PARTE

     En la primera parte del libro se relata que Siddhartha era el hijo de un  brahmán o sacerdote hindú que había crecido junto a su amigo Govinda, igualmente hijo de un brahmán. El libro narra el tiempo en que Siddhartha comenzaba a participar en las conferencias que realizaban los sabios y entrenaba sobre el arte de la contemplación, y aun secretamente él pronunciaba ya el Om, la más sagrada sílaba del hinduismo.

     Él era un joven cautivador y sus padres se sentían muy orgullosos de él por ser inteligente, fuerte,llenando  de alegría el corazón de su madre, al igual que de amor a las doncellas solo con verlo pasar. De todas las personas que apreciaban a Siddhartha, Govinda era quien más lo admiraba y pensaba que su amigo no sería un brahmán común, ni ocuparía cargos simples, él sabía que se convertiría en alguien grande y a dónde fuere, Govinda lo seguiría y lo acompañaría.

     A pesar del amor que todos le profesaban a Siddhartha, él no era feliz, ya que dentro de él había un descontento. Comenzaba a preguntarse si los sacrificios religiosos que se ofrecían a los Dioses y demás actividades que se realizaban, tenían un sentido real, y si le conducirían al descubrimiento del Atman, y aunque conocía a muchos brahmanes venerables, no estaba seguro de si ellos le guiarían hacia el camino correcto.

     Un día pasaron por la ciudad tres samanas, cuyas edades no se podían distinguir, solo se observaba en ellos el polvo, el cuerpo quemado por el sol y un aspecto hostil hacia los demás. Este evento produjo una inquietud en Siddhartha, quien decidió que se uniría con los samanas para convertirse en uno de ellos y se lo comunicó a Govinda. Posteriormente fue a decírselo a su padre quien al principio no aceptó, pero al ver pasar las horas y la firme decisión de Siddhartha, no tuvo más remedio que dejarlo ir.

     En la noche él y Govinda alcanzaron a los samanas y les ofrecieron su compañía y fueron aceptados. Durante su permanencia, Siddhartha solo comía una vez al día y vestía un taparrabos. Todo lo que miraba a su alrededor se volvía ajeno a él, ya que su meta era quedarse vacío y no llegar a sentir nada para poder desprenderse de su yo. Según las enseñanzas de los samanas, Siddhartha aprendió a alejarse del yo, pero no lo logró del todo. Durante una plática con Govinda, le comentó su descontento al no lograr su objetivo y aunque aceptó haber aprendido mucho, decidió abandonar a los samanas.

     Comenzaron a escucharse rumores acerca de una doctrina y de Gotama, que era un famoso maestro. Los dos emprendieron el viaje para conocer a ese sabio tan venerable y al llegar al lugar de la doctrina, escucharon atentos cada palabra pronunciada por el buda y quedaron perplejos al observar el semblante tranquilo y feliz de aquél maestro. Al final del día Govinda había decidido afiliarse a Gotama, no así Siddhartha, que había resuelto partir pues opinaba que ninguna doctrina ni ningún maestro podrían explicarle lo que buscaba saber, ya que el secreto debía estar dentro de él. Al abandonar al grupo, y separarse de su amigo, Siddhartha se da cuenta de que ha madurado y que ha abierto a los ojos a una nueva realidad y decide empezar un nuevo camino.

SEGUNDA PARTE

     Durante el andar de su nueva vida, Siddhartha observaba cada cosa a su alrededor, el canto de los pájaros y el azul del cielo, y a cada paso se daba cuenta de todo lo que el mundo había cambiado y no podía creer que todo eso había existido antes y él no se había percatado.

     Una noche mientras dormía en la cabaña de un barquero, tuvo un sueño. Govinda aparecía frente a él y le reprochaba tristemente el por qué de su abandono. Al amanecer le pidió al barquero que le llevara al otro lado del río y le agradeció todo lo que había hecho por él.

     Cuando llegó al pueblo observó a toda la gente andar y desenvolverse en sus actividades cotidianas, aunque al verlo vestido como samana, la gente se mostraba tímida y huidiza. A su paso encontró a una mujer y le preguntó cuánto faltaba para llegar a la gran ciudad, ella provocó el deseo sexual de Siddhartha, pero finalmente, y a pesar de jamás haber tocado a una mujer, pudo resistirse y siguió su camino.

     Ese mismo día llegó a la gran ciudad y se sentía muy contento por encontrarse de nuevo entre la gente. Observó a varias personas cargando cestos, y entre ellos iba una mujer muy hermosa a la cual le dedicó un saludo que ella correspondió. En cuanto pudo, Siddhartha investigó que el nombre de aquélla mujer era Kamala y que ella poseía  una casa en la ciudad.

     Al día siguiente fue dónde el barbero para que le afeitara la barba y le cortara el cabello para después bañarse en el río. En la tarde se encontró con Kamala y ella lo reconoció como el samana que un día antes la había saludado. Siddhartha le propuso aprender con ella el arte del amor, pero ella respondió que era necesario que él poseyera ropa elegante y que le obsequiara costosos regalos. Al día siguiente él volvió con Kamala y ella le tenía lista una cita con Kamaswami, un rico comerciante de la ciudad.

     Cuando el comerciante y Siddhartha se encontraron comenzaron a platicar sobre sus formas de vida, uno como samana y otro como comerciante. Siddhartha dijo saber hacer 3 cosas que servían mucho en la vida: pensar, esperar y ayunar y muy pronto convenció al comerciante de la utilidad de dichas habilidades. Al poco tiempo le entregaron nueva ropa y zapatos, y siguiendo el consejo que  le había dado Kamala, se hizo valer ante el comerciante.

     Fue así que Siddhartha pudo cumplir con las condiciones puestas por Kamala para ser su guía en el arte del amor, por lo que pasaba días enteros con ella, aprendiendo lecciones a diario. A pesar de que el comerciante le enseñaba todo acerca del comercio a Siddhartha, se daba cuenta de que el alma de este samana no se encontraba en esa actividad, ya que sólo veía los negocios como un juego, a pesar de eso, era mucha la gente que se acercaba a él para entablar negocios con él o para pedirle compasión.

     Después de mucho tiempo Siddhartha tenía una vida llena de placeres, ya se había hecho rico y aprendió a comerciar, sabía manipular a las personas y se acostumbró rápidamente a los lujos, a usar ropa elegante y comer cuantiosamente; se dio cuenta que cada vez se parecía más a la gente, a todos los hombres que él había juzgado anteriormente y sentía por él mismo desprecio, ya que todo se centraba ahora en el ganar y perder dinero.

     Un día después de darse cuenta de su situación, fue a sentarse debajo de un árbol, y se puso a pensar en todo el camino que había recorrido durante su vida. Recordó cuando decidió, después de dejar a los samanas, a Gotama y a Govinda, que solo haría caso a su voz interior, ya que ella le indicaría el peligro o la aceptación de tal o cual situación. Se dio cuenta de que esa voz ya casi había desaparecido y que a pesar de los placeres de su vida, no había llegado a la cumbre. Él se había esforzado por ser como las demás personas, pero no estaba conforme con la vida que había llevado hasta entonces.

     No pasó mucho tiempo para que Siddhartha abandonara el jardín, la ciudad y a Kamala y aunque el comerciante Kamaswami lo buscó, Kamala no se sorprendió y dejó de recibir su visita en su casa. Poco después se dio cuenta de que había quedado embarazada después de su último encuentro con Siddhartha.

     Cuando Siddhartha se alejó de la ciudad, anduvo caminando por el bosque, pensaba que no podría volver después de todos los excesos que había vivido, por un momento, al llegar al río que cruzó hacía muchos años, cuando dejó a Govinda y a Gotama, pensó en desaparecer bajo el agua y morir ya que sería lo único que le curaría el dolor que sentía, pero en ese momento sintió que una voz, una palabra le hablaba y le hacía desistir de su decisión, era el Om y entonces comprendió que había errado en tan solo tener ese pensamiento y cayó entonces en un profundo sueño debajo de un árbol.

     Al despertar de su sueño, se sentía renovado y rejuvenecido y observó frente a él a un monje que de inmediato reconoció. Era Govinda, él le explicó que había velado su sueño al verlo debajo de aquél árbol y Siddhartha le agradeció al tiempo que se dio cuenta de que su amigo no lo había reconocido debido al paso del tiempo y a la vestimenta que ahora portaba. Los amigos se observaron durante largo tiempo, pero a Govinda le surgió la duda acerca de lo que era ahora Siddhartha y se marchó.

     Siddhartha recordó que durante su permanencia en la ciudad, había olvidado las tres artes que le habían servido siempre durante su vida: pensar, esperar y ayunar. Se dio cuenta de que era de nuevo como un niño, y no sabía ni había aprendido nada. Pensó que había sido bueno probar aquello que aunque siempre había despreciado, no había vivido y qué mejor que tomar parte de esa experiencia y no solo dejarse llevar por lo que le habían contado, así moriría el Siddhartha de antes y renacería en una nueva persona, que buscaría amar a todo su alrededor como no lo había conseguido antes. Pensó también que no había tenido resultado su lucha contra ese yo, sin embargo, lo había logrado ahora después de darse cuenta de todo lo que había vivido en la ciudad y de tomar ese sueño debajo del árbol al escuchar el Om.

TERCERA PARTE

     Siddhartha pensó que quería quedarse a vivir junto al río y aprender de él, escuchar todas sus enseñanzas y sus secretos. En ese momento volvió a ver al barquero que hacía tiempo le había cruzado el río después de darle alojo durante una noche, le pidió que le cruzara el río, el barquero lo reconoció y Siddhartha le contó la historia de su vida, surgió entonces en él la necesidad de solicitarle al barquero que le permitiera permanecer junto a él como su aprendiz y vivir en su cabaña y así iniciar una nueva búsqueda de aprendizaje junto al río.

     Siddhartha aprendió a manejar la barca , a recoger frutos y arroz para vivir, pero él apreciaba lo que el barquero le enseñaba y aún más lo que aprendía del río. La tranquilidad y la paz con la que vivían despertaban en algunos viajeros la confianza de contarles sus penas y pedirles consejo. Durante esos días también transportaron a unos monjes, que eran discípulos de Gotama, se dirigían a verlo ya que se decía que estaba en su lecho de muerte.

     Entre los varios viajeros un día emprendió el viaje Kamala , quien después de haber sido una famosa cortesana, había donado todas sus pertenencias y era ahora también seguidora de la doctrina de Gotama. Ella viajaba con su pequeño hijo, el niño era caprichoso por lo que antes de cruzar el río tomaron un descanso y durante su sueño, una víbora mordió a Kamala. El barquero escuchó sus gritos y la llevó a la cabaña para auxiliarla, fue entonces cuando Siddhartha y Kamala se reconocieron y recordaron aquellos momentos que habían vivido juntos. En su lecho de muerte, ella le explicó que el niño que la acompañaba y que era tan parecido a él, era su hijo, pocas horas después, ella murió.

     El niño estuvo presente durante el funeral de Kamala y se sentía desconcertado después de haberse enterado que Siddhartha era su padre. Éste por su parte, se dio cuenta de que el niño no lo conocía y por lo mismo no le guardaba ningún tipo de cariño. Al pasar los días también se percató de que no sería fácil entablar una relación con su hijo, pues el niño se comportaba frío con él y además estaba acostumbrado a la buena vida y a la riqueza.

     Al tener Siddhartha a su hijo junto a él, se sintió identificado como un ser humano tal como los demás y aunque se daba cuenta de lo difícil que era darle cariño y dedicación a un ser que no le amaba, sentía que protegerlo era una necesidad.     

     Por su parte el barquero Vasudeva solo le observaba sin decir nada, hasta que un día se animó a compartir lo que pensaba respecto al trato entre Siddhartha y su hijo. Le expresó que tenía que dejarle libre ya que el niño pertenecía a otro mundo y tenía otras aspiraciones que solo quedarse a vivir en esa cabaña junto al río, y que al igual que él, algún día encontraría su destino y ni su protección ni su consejo cambiarían el rumbo que su vida tendría que tomar. Estas palabras hicieron reflexionar a Siddhartha pero aún así le resultaba muy difícil renunciar a su amado hijo. Una noche el muchacho robó el dinero que tenían ahorrado los barqueros y, por medio del bote, se trasladó hacía el otro lado del río. Siddhartha tuvo la necesidad de ir tras él para protegerlo de los peligros del bosque, mas cuando llegó hasta la ciudad, se quedó con la mirada fija en la que fuera la casa de Kamala y se dio cuenta de que no podría encontrar ni detener a su hijo. Cavilando recordó todas aquellas experiencias que tuvo en su vida pasada, como comerciante, amante y jugador, y fue entonces que volvió a pensar en el suicidio, pero nuevamente el Om, lo salvó, y así regresó a la cabaña junto a Vasudeva.

     La herida que la partida de su hijo le había dejado en el corazón  no había sanado, y más aún porque durante mucho tiempo transportó en la barca a muchos viajeros que iban con hijos y él pensaba el por qué se le había negado esa oportunidad, y aunque era ya más sabio, y no le faltaba nada, sentía envidia de aquéllas personas, sin embargo, se daba cuenta de que era igual que los demás seres humanos solo que él conocía lo que pocos: la conciencia y la unidad de la vida.

     Un día decidió emprender de nuevo el viaje al otro lado del río con el fin de buscar a su hijo, pero durante el camino, escuchó que el río se reía de él y al reflejarse en el río, vio también la imagen de su padre junto a él y la de su hijo, y pensó que tal vez él también tenía que vivir el sufrimiento que años atrás le había hecho sentir a su padre cuando decidió unirse con los samanas. Entre tantos pensamientos Siddhartha decidió ir a confesarle toda su vida a Vasudeva con el fin de consolarse y expresar todo lo que realmente pensaba y sentía, conforme pasaba el relato, se dio cuenta que la presencia de Vasudeva cambiaba, y que no tenía el aspecto de un barquero, ahora lo veía como a un venerable. Al terminar de hablar, el barquero guió a Siddhartha hacia el río para que escuchara con atención y se diera cuenta de que no tenía una sola voz, que no solo reía o lloraba, sino que el río era todo en uno y representaba la unidad de la vida. En ese momento Siddhartha dejó de sufrir y se apoderó de su ser, la serenidad y la tranquilidad.

     En algún momento Govinda se encontraba descansando en el jardín que Kamala había donado para los discípulos de Gotama y escuchó hablar de un barquero que vivía junto al río y que ahora era considerado como un gran sabio. La necesidad de conocerlo llevó a Govinda hacia el barquero. Comenzaron a platicar acerca de la búsqueda y el camino de la verdad y Siddhartha le explicó que quizá había buscado mucho sin haber encontrado su camino, y que aún más importante que buscar es encontrar ya que significa ser libre.

     Así, Govinda reconoció a Siddhartha y se alegró de haberlo encontrado y le pidió que le hablara acerca de su doctrina o de los pensamientos que guiaban su vida. Siddhartha le dijo que había comprendido que la sabiduría no puede comunicarse, el conocimiento por su parte sí, pero la sabiduría se obtiene a base de cada experiencia que cada persona tiene. El mundo, le dijo, no es imperfecto, pues el bien y el mal, el Sansara y el Nirvana, son uno mismo y se pertenecen, y son más importantes los hechos que cualquier palabra u oración. Al escuchar las sublimes palabras proferidas por su amigo, Govinda se acercó a Siddhartha y le besó la frente, a pesar de los conflictos que había dejado en su interior la doctrina de Gotama y los pensamientos de Siddhartha. Así, lo vio transformarse en todas las cosas existentes, en animal y planta, en hombre y mujer, y su rostro había cambiado, era paciente y tranquilo, entonces Govinda se percató de que Siddhartha había llegado a la perfección.

CONCLUSIÓN

     En esta obra se muestra a un personaje cuya meta era lograr la perfección. Pienso que en principio siguió el camino equivocado, al sentirse un ser superior a los demás, y al desear separarse de lo que él llamaba su Yo, ya que ningún ser humano puede ser perfecto y en su interior existen particularidades positivas y negativas que caracterizan a cada persona, y no se puede llegar a la perfección solo por elegirlo sin antes haber experimentado ambos caminos y decidir cuál es nuestro destino.

     Las tres cualidades que Siddhartha relataba como lo que le guiaron en su camino: el ayunar, pensar y esperar, son actitudes difíciles de lograr, pero al leer esta obra pude analizar que en realidad son útiles para lograr los objetivos que nos propongamos en nuestra vida. El ayunar pudiera representarse con el control de los excesos y de las malas actitudes ante cada situación que vivimos, debido a que muchas veces son obstáculos que nosotros mismos nos ponemos y que no nos permiten llegar a nuestras metas. El pensar es una actividad que raramente realizamos, no analizamos cada cosa que se encuentra a nuestro alrededor, y como lo menciona el libro, en lugar de vivir el presente y valorar la realidad, nos llenamos de pensamientos del pasado y del futuro, y no nos damos cuenta de lo que somos capaces de realizar a través del pensamiento y la concentración. Por último, el esperar significa tener paciencia y conciencia de lo que se desea y de la manera que elegiremos para obtener nuestros objetivos, no adelantarse a los hechos ni llenarse de prejuicios y poner todo el esfuerzo para que lo que deseamos se realice.

     En la parte en donde Siddhartha se introduce en el mundo de los humanos y goza de los placeres de la vida, a pesar de contradecir su ideología, se puede descubrir que cada persona, durante su vida, es vulnerable al transitar por buenas y malas experiencias y vivir en un vicio o del libertinaje. Pero a pesar de eso, cuando nos damos cuenta de cada situación que hemos vivido y las analizamos, ya no pueden ser llamados errores del pasado, puesto que se vuelven experiencias que nos permiten crecer como seres humanos, rectificar  lo que creemos que hemos hecho mal  y mejorar lo que y nos dio felicidad.

     Finalmente, Siddhartha alcanza la perfección al percatarse de que no existe el bien ni el mal sino que todo es una unidad y todo se retroalimenta. Me parece acertado reconocer que no existen seres inferiores ni superiores, tanto entre la raza humana como entre las especies, ya que todos nos pertenecemos y obtenemos algo de cada cosa.

     Alcanzar el nivel de sabiduría que obtuvo Siddhartha, es difícil, pues significa tener control sobre nuestras emociones, percibir el mundo tal y como es, no juzgar ni hacer diferencias entre lo existente, y no dividir al mundo entre lo bueno y lo malo. Esto es algo que no puede obtenerse a través de la enseñanza de una persona o una doctrina, sino que tal y como lo explica la obra, es necesario vivir las experiencias y a partir de ellas alcanzar  la perfección.