martes, 3 de septiembre de 2019

Metafísica del amor


                                    Renato Alejandro Huerta
                                          Magíster en Filosofía y en Programación Neurolingüística
                                            Integrante de Red Maestros de Maestros. Experto 2.

1.ORIGEN DEL AMOR

El amor es una manifestación  de la bienaventuranza  en la cual el universo se funda y hacia donde, en último término, camina.  Dicha bienaventuranza es el aspecto final del espíritu.  Porque éste  no solo es eternidad y  conciencia. Y si en el juego del universo esta última es, en sentido estricto,  la creadora del universo, el amor, por otro lado, es, en este contexto, la fuerza salvadora de dicho universo.

     El amor  es una fuerza que el autor del universo hizo descender hasta la realidad material inerte y oscura con el fin de que los habitantes de nuestro mundo retornasen a Él. El descenso del amor a las tinieblas provocó que  los oídos sellados se abriesen a un despertar que tenía el signo del verdadero gozo, pues el amor es deleite. Y con este despertar al amor, en el mundo ingresó la posibilidad de volver al mundo divino. Dicho mundo antes de este despertar no era más que materia muerta, la cual a partir del advenimiento del amor despertó a la vida. Y es desde entonces que el mundo ha ido hacia  la fuente  del amor, sin embargo, ha seguido caminos errados, transitando derroteros equivocados o quiméricos. Porque la mayor parte ha buscado el amor careciendo de una  idea orientadora de lo que éste es, confundiéndolo con multitud de fuerzas muy lejanas a su verdadera naturaleza. Todo ser humano  ha buscado este principio de unidad, porque el espíritu  humano ha estado siempre reclamando  por la realización y el éxtasis que sólo el poder del amor prodiga. Pero la mayor parte ha fracasado en alcanzarlo. Sin embargo, cuando un mundo ha llegado  a tornarse consciente, abierto al amor real, el Creador mismo ha respondido derramando su Amor sobre ese mundo. Así, el círculo del universo se completa, se cierra,  dos extremos se encuentran en un éxtasis cabal y permanente.

     El amor tiene múltiples formas de manifestación, o mejor dicho, sus expresiones son infinitas. Quienes han desarrollado su conciencia lo suficiente pueden percibirlo incluso en la tierra y en las piedras. Pero, más fácil aún es sentirlo en las plantas y animales. En el hombre se descubre en múltiples modos que van configurando su posibilidad más  luminosa. El amor es el más tangible  signo de la Gracia del Absoluto por la Tierra y cada ser refleja su pujanza,  según su capacidad y receptividad espirituales.

     El amor es el ímpetu que está presente, aunque al principio de la evolución de un modo oscurecido y debilitado, en todos los movimientos de la naturaleza física y vital, como aquello que empuja hacia la agrupación, hacia la unión. Y dicho ímpetu se traduce en el ámbito de los árboles y  las plantas como la necesidad de procurarse más luz, más aire en orden a crecer. En los animales, está presente detrás del hambre, de la sed, de la necesidad de apropiación, de la procreación; y en las especies superiores en el esfuerzo abnegado de la hembra por la supervivencia de sus descendientes. El amor está asociado en todos los movimientos  perfectivos del cosmos material sin identificarse con éste.

     En el hombre, cuya significación esencial es el advenimiento del principio mental en la evolución, el amor alcanza una manifestación más consciente y voluntaria. En este punto de la evolución es cuando aparece en forma diáfana en las obras de la naturaleza, una voluntad de recrear, por etapas y gradaciones, la unidad primordial, por medio de agrupaciones cada vez más numerosas y complejas. Así, la naturaleza, usando la fuerza del amor para acercar a los seres humanos rompe el egoísmo personal para cambiarlo en un egoísmo dual y con la venida de los hijos configura esa unidad más rica que es la familia. Con el transcurrir del tiempo se van formando agrupaciones más complejas aún: clanes, tribus e incluso naciones. Pero esto no concluye aquí, pues esta labor de agrupación  se va efectuando en los diferentes puntos del mundo, concretándose en los diversos pueblos y ulteriormente en la fusión de éstas entre sí.

     El amor se expresa en el hombre medio como un anhelo de entregarse a los demás y recibir a los demás en armonioso intercambio. Su esencia en el nivel evolutivo de lo humano consiste en una acción recíproca en la que la dicha de dar se iguala con la dicha de recibir.

     Más allá de lo anterior, el amor es en su esencia una de las mayores fuerzas del universo. Una fuerza que existe por sí misma, independientemente de los objetos a través de los cuales se manifiesta. Dicha fuerza se expresa en todos los sitios en los que encuentra una clara posibilidad de recepción, en todos los lugares en donde encuentra  una apertura  hacia su movimiento.

     Lo que habitualmente comprendemos como ‘nuestro amor’, considerando que es algo personal  o individual  no es más que la aptitud para recibir  y manifestar esta fuerza universal y consciente. Pues el amor es una fuerza-consciente que lúcidamente busca su manifestación y su realización en el mundo a través de quienes escoge como sus instrumentos. Y éstos no son otros que quienes son capaces de una respuesta. En ellos el amor intenta realizar su propósito eterno.

     Puesto que el amor es universal quienes creen tener una experiencia propia, personal del amor verdadero se equivocan, pues su vivencia no es más que una ola del infinito océano del amor universal.

     El amor es una expresión espiritual: las deformaciones que vemos de él en nuestro mundo son producto de la inconsciencia de sus instrumentos.

     El amor no puede ser confundido con el deseo, con la sed de posesión, con el apego personal. En su expresión más pura es la búsqueda de la unión con el Todo. Por ello quien no está abierto al amor en su esencia y en su verdad no puede unirse al Ser Absoluto.

     El amor es aquella fuerza que intenta conducir cada cosa hacia la perfección de su ser específico. El amor despliega una acción evolutiva y edificadora en el cosmos. Es la fuerza que orienta las cosas hacia su arquetipo que se halla en el origen.

     El amor en sí mismo es el bien supremo más allá de lo cual no hay nada de mayor bondad.

2.ESENCIA DEL AMOR

El amor no es mera unión vital, simpatía, filantropía, cariño o afecto, aunque  tenga alguna relación con estas expresiones. El amor es, en esencia,  una unión con el ser amado liberada de toda sombra de egocentrismo. Pues solo superando el ego podemos ingresar en el  ámbito del   amor. Esto significa contemplar lo amado como un ser distinto de nosotros, como un ser autónomo y diferente. La experiencia del amor es la de la fusión de un yo y un tú distintos. El amor es la fuerza orientadora que conduce al otro al cumplimiento de su vocación.

     En el ámbito humano el amor se manifiesta como un sentimiento espiritual permanente que unifica a dos almas que son una en esencia, pero dual en la manifestación terrestre actual. El verdadero amor dota a los hombres y a las mujeres de un poder que puede elevarlos hasta  las más altas cimas  y hacia inimaginables hazañas de sacrificio por el ser amado. Y tales hazañas  no son producto de una compulsión, sino un gozoso acto de ofrenda. Sin este fuego del sacrificio, además, ningún amor humano puede alcanzar  su verdadera pureza original. Porque el amor  más alto no es un mero intercambio de emociones y  sentimientos, sino una ofrenda absoluta de lo que somos o de lo que podemos ser, es decir, la entrega de todos nuestros actos de voluntad, de pensamiento; de todos nuestros impulsos y sentimientos al ser amado.         
                                                                                                          
     En el ser humano  el amor es un eslabón entre su alma y el Todo. Porque el alma humana  emanó del todo absoluto y ha sido colocada en este mundo terrestre con la clara misión de avanzar en el proceso evolutivo. El  amor pleno, más excelso, consiste, pues, en la relación entre el ser humano y el ser absoluto y no en una pareja humana. El amor entre seres humanos siempre es limitado y a menudo se deforma, convirtiéndose muchas veces en un intercambio egoísta, posesivo, violento, lujurioso y demandante. En el amor más excelso, en cambio, toda exigencia a lo divino representa una fractura en la espontánea pureza de la relación. Porque el amor es, en esencia, una consagración total, no un mero intercambio ni mucho menos una transacción.

     El amor humano aparente vive básicamente del cambio y  del intercambio. Y esto conduce a las continuas disputas y desarmonías, porque en él rigen las exigencias clamorosas de la posesión y  de la satisfacción de las más oscuras  pasiones que en ocasiones  llegan a traducirse en áspero odio. Y esto no concluye sino con la frustración. El verdadero amor, en cambio, implica  vivir en un estado de autolvido y contento interior. No se identifica con el altruismo común, pues detrás de éste hay el deseo de gloria y fama, un deseo de satisfacer un sentimiento de superioridad. Porque en su origen el altruismo es una mera virtud mental, mientras el verdadero amor es un poder del alma que se expresa a sí mismo en  nuestro ser emocional superior que se ha solido llamar, en todos los tiempos,  corazón. Éste no es el alma, pero es el centro más cercano a ella.  El corazón puede ser un poderoso instrumento de manifestación del alma. Otros centros o bien están demasiado lejos para sentir las olas radiantes del alma o bien no están lo suficientemente refinados para sentir sus vibraciones. Por ejemplo, el cerebro está demasiado preocupado con los movimientos del pensamiento que son demasiado abstractos  y fríos para sentir el aliento luminoso y tenue del alma. La vida común del ser humano  está centrada  en torno al mundo de las informaciones externas y del clamor de las falsas necesidades y, además, poco habituada a escuchar la voz sutil del alma. El dominio de ésta está lejos de los bullicios de los caprichos  y tiene el sello de la calma, de la paz, pues siempre está orientada hacia su  origen celeste. Solo el centro del corazón situado entre las abstracciones  del centro mental y el centro de las pasiones comunes puede albergar el delicado y milagroso poder del alma. Pero no es fácil tomar contacto con tal poder, pues el corazón habitualmente está cubierto por múltiples capas de deseos insaciables y de mezquindades que se elevan desde el centro vital  o bien  está oscurecido por las sombras de la inercia y la rutina de los  hábitos físicos.  Es muy común que nuestras emociones estén mezcladas y no permitan que el alma  se convierta en el ser regente de nuestra conciencia. 

     El verdadero amor por una persona no es el mero movimiento hacia sus cualidades positivas, hacia su bondad, hacia su inteligencia o hacia su belleza. Incluso podríamos  admirar a una persona con dichas cualidades, pero sin amarla.

     En verdad, el amor genuino es algo  que no se satisface con las cualidades que la persona amada  pueda tener en su presente, sino que es el movimiento que intenta llevar a tal persona hacia sus posibilidades más plenas, más nobles. Asimismo, el amor no se fija  en la viabilidad de tales posibilidades sino que sigue adelante siempre en su labor perfectiva.

     A la luz del amor, además, todo adquiere una dignidad mayor, todo se transforma en más valioso. En tal sentido, el amor es una perspectiva que muestra lo valioso de las cosas incluso más aparentemente insignificantes, más adversas en nuestra vida.

     Para la visión del amor nada es desechable, nada está maldito. Aunque ve los errores como tales, las oscuridades como lo que son, nunca los condena como irremediables. Por ello la visión del amor no puede ser considerada como condescendiente a ultranza.

     En suma, a mi juicio, el amor es una fuerza trascendente que existe por sí misma y que en su movimiento evolutivo se derrama sobre todas las cosas, las engloba para unirlas, abrazarlas y ayudarlas a ser lo que son tras las apariencias. Tal es el amor cósmico, el cual cuando se fija en un ser determinado se convierte en el amor individual. Y esta última sabiduría del amor nos enseña que cuanto más se dé uno mismo, más crecerá en la capacidad de recibir la energía trascendente del amor. Porque la entrega absoluta de sí, sin pedir ni retener, es el solo secreto de toda realización en el amor.

3.LAS FORMAS DEL AMOR

Al igual que Fromm, distingo distintas formas de amor, consciente, por cierto, de que son tan sólo expresiones del amor universal que está presente en todas. Seguidamente explicaré las más originales sin repetir conceptos ya tratados anteriormente por otros autores.

3.1.Amistad


La amistad es la   manifestación más plenamente humana del amor en sí. Para los antiguos la amistad era una relación interpersonal afectiva que aparecía como la culminación de la vida y una escuela de las virtudes. La mayor parte de los filósofos griegos intentaron definirla y Aristóteles, el más grande de ellos, le dedicó varios libros de sus obras de Ética. Más aún, Aristóteles coloca a la amistad por sobre la justicia misma, pues enseña que donde reina la amistad, la justicia está implícita, mientras que al revés el ser justo no lleva consigo la virtud de la amistad.  ¿En qué consistía esa relación afectiva que los pensadores griegos llamaban amistad? Unos sostenían que ella era una cierta semejanza y, por tanto, que los seres que se parecían eran los  verdaderamente amigos, porque lo semejante atrae a lo semejante. Otros decían lo contrario, es decir, que los que se parecían se rechazaban mutuamente, como sucede, por ejemplo, con los que desempeñan una misma actividad y son, por tanto, competidores. Heráclito, uno de los más importantes filósofos presocráticos, sostenía, por su parte, que la más bella armonía no surgía sino de los contrastes y de las diferencias; y que todo - incluso la amistad- había salido de la discordia. Más allá  de esto, Aristóteles intenta clarificar estas discrepancias centrando su investigación en aquello que es el objeto de la amistad. Y este objeto no es otro que el bien o, mejor dicho, lo que nos parece  bueno. Según Aristóteles toda amistad implica reciprocidad de afectos, por ello no puede considerarse amistad la relación, por ejemplo,  entre un ser humano y un ser inanimado o irracional. La amistad, en verdad, es una especie de benevolencia recíproca entre personas. Más precisamente, Aristóteles  piensa que la amistad es la interrelación de sentimientos de benevolencia,  de un mutuo deseo consciente de bien. De acuerdo con este  filósofo, la amistad reviste el carácter de los motivos que la inspiran: y al igual que ellos, es de tres especies: por interés, por placer y por virtud. Sin embargo, a mi juicio, la  amistad tanto por interés como la amistad por placer  son  amistades  solo en un sentido metafórico, no real. Porque los “amigos” en el primer caso no se estiman por sus personas, sino en razón del provecho que pueden obtener de sus relaciones mutuas. En el segundo caso, sucede algo semejante, porque aquí los “amigos” se estiman solo a causa del placer que recíprocamente se proporcionan y no por ellos mismos.  En el fondo en estas dos formas de falsa amistad solo se busca el propio bien personal y no el de la otra persona. Para Aristóteles, en verdad, la real y plena amistad es la que se cristaliza entre personas virtuosas. No es fácil, pues alcanzar la verdadera amistad, pues presupone ya un alto nivel moral, pero a la vez la misma amistad es una instancia de crecimiento espiritual para las personas.

     El origen social de la amistad reside  en el compañerismo, es decir,  en un contexto en que dos seres humanos  tienen en común ya sea una comprensión semejante de ciertas realidades, ya algún interés compartido o bien  una simple afición que les separa del grupo. Pero la amistad es una relación interpersonal que no solo implica el hecho de realizar alguna actividad externa en conjunto. Pues  amigos son, en verdad, sólo aquellos que realizan un género de actividad  en conjunto que tiene el sello de lo espiritual. Porque  la amistad  para ser tal debe cristalizarse en torno a una actividad en que participe el alma.

La amistad no tiene un valor utilitario o de supervivencia: desde una perspectiva materialista básica es una actividad superflua, sin embargo, es una necesidad  constitutiva de la evolución espiritual del ser humano. La amistad, asimismo, es una de las más altas posibilidades de comunicación, pues su atmósfera natural es la sinceridad y la búsqueda conjunta de la verdad. Se ha dicho, además, acertadamente, que los verdaderos amigos “concuerdan”[1], es decir, vibran con un mismo corazón o alma, compartiendo los buenos y los malos momentos  que depara la vida.


     Si bien la amistad es más frecuente entre las personas del mismo sexo, no son pocas las amistades que pueden generarse entre personas de distinto sexo. En este último caso, la amistad puede  fácilmente convertirse en amor erótico, a menos que entre ambos no exista ninguna atracción física. Porque, en verdad, no hay contradicción entre ambas relaciones afectivas: es perfectamente real sentir amor erótico y amistad por la misma persona. Sin embargo, me parece erróneo considerar, a diferencia de otros autores, que puede pasarse desde el amor erótico a la amistad, puesto que pensar así implica tener un concepto muy pobre de lo que es el amor erótico, pues éste, como ha demostrado Fromm, no es un mero deseo sexual.

     La amistad es un tipo de amor espiritual, pues no tiene una base ni biológica ni material. Además, su condición de posibilidad es la libertad mutua. Y  precisamente la esencia del amor es la libertad, pues ésta es la esencia del espíritu.

     Una de las mejores definiciones de la amistad, desde una perspectiva metafísica, podemos encontrarla en C. S. Lewis, quien nos dice: “La amistad no es una recompensa por nuestra discriminación y buen gusto para encontrarnos unos con otros. Es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás...;por medio de la amistad, Dios nos abre los ojos ante ellas.



[1] Del latín “cum corde”


Como todas las bellezas, proceden de Él a través de la  amistad misma, de modo que éste es su instrumento para crear tanto como para revelar.”[1]

     La amistad, en verdad, es una forma de amor que está estrechamente ligada al amor espiritual y como éste, las contingencias físicas le son ajenas. La amistad une y abre las almas a planos superiores  de conciencia, prodigándonos una felicidad serena y profunda que nada ni nadie puede perturbar.

3.2.Amor entre Hombre y Mujer

En estas últimas décadas han circulado múltiples libros que estudian este tipo de amor, sin embargo, la mayor parte de ellos no ha logrado alcanzar un  concepto suficientemente profundo tanto sobre el amor en general como acerca de este amor en particular. Además, se ha exagerado con perspectivas psicologistas que se han perdido en una casuística miope.

     La verdad es que el amor erótico surge provocado por el ser que ante los ojos del amante aparece haciendo gala de cualidades ideales.  Tan pronto este proceso erótico se inicia, el amante experimenta la urgencia de fusionar su ser en el del otro, y viceversa,  absorber en su ser la identidad del ser amado. A este respecto Ortega y Gasset señala: “Mientras en todos los otros casos de la vida nada repugnamos tanto como ver invadidas por otro ser las fronteras de nuestra existencia individual, la delicia del amor consiste en sentirse metafísicamente poroso para otra individualidad, de suerte que solo en la fusión de ambas, solo en una ‘individualidad de dos’ halla satisfacción.”[2] Y Ortega aclara que este anhelo de unión no se agota en lo anterior, pues cuando el amor alcanza su plenitud culmina en la aspiración de dejar la fusión cristalizada  en un hijo en quien se prolonguen y consoliden las cualidades del ser amado. Porque como enseñaba Platón: el amor es anhelo de engendrar en lo perfecto, en lo bello.



[1] Lewis, C.S. Los Cuatro Amores, Trad. de María Luz  Huidobro, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1992,pág.107.
[2] Ortega y Gasset; José. Estudios  sobre el Amor, Alianza Editorial, Madrid, 1980.p. 35.



     Más allá de esto, el elemento común a todo amor es una actividad  espiritual que tiende hacia un objeto que puede ser de distinta índole, desde una persona hasta una cosa. Es por ello que no puede ser confundido con las actividades propiamente intelectuales como el hecho de pensar, recordar, imaginar, ni menos, por cierto, razonar. Sin embargo, es un tipo de conciencia más elevada que la intelectual. Tampoco, el amor  debe ser confundido con el deseo en general. En verdad, el deseo es un gran obstáculo para la expresión del amor. Porque el deseo posee un conocimiento imperfecto y falso, lo cual conduce a quienes actúan bajo su influjo al esfuerzo inconsciente, al error, al desajuste continuo y, en último término, al sufrimiento. Sri Aurobindo, el gran sabio contemporáneo, ha enseñado al respecto: “El deseo es la raíz de todo dolor, contrariedad y aflicción, pues aunque tenga una dicha febril de persecución y satisfacción, con todo, debido a que siempre es una tensión del ser, implica en su persecución y logro: esfuerzo, hambre, lucha, rápida sujeción a la fatiga, sentido de limitación, insatisfacción y pronta contrariedad ante todas sus conquistas, estimulación mórbida incesante, perturbación, inquietud.”[1]  Esto significa que mientras estemos atados a los deseos, viviremos prisioneros del dolor y de la ilusión de felicidad y alejados, por cierto, del verdadero amor.


     Si no debemos confundir el amor con el deseo en general, menos debemos hacerlo con el deseo sexual. Investigaciones no solo metafísicas sino también empíricas han demostrado que el amor por alguien no implica necesariamente deseo sexual, pues ambas expresiones son independientes unas de otras, aunque en la  realización del amor erótico verdadero se integran armoniosamente.

     El amor, en verdad, es esencialmente espiritual y su expresión más real es la donación de sí, sin esperar reciprocidad. El deseo sexual, en cambio, es una pulsión inconsciente del cuerpo y busca un objeto sexual que desconoce para



[1] Aurobindo, Sri. Síntesis del Yoga. Yoga de Autoperfección, Trad. de Héctor Morel, Ed. Kier, Buenos Aires, 1972, Tomo II,pág.52.

 saciarse. Este deseo se dispara en múltiples direcciones sin tener un objeto definido, concreto.

     Tanta es  la independencia entre amor y deseo sexual  que es posible que alguien encuentre un cuerpo perfecto para saciar su deseo sin sentir ningún amor por tal persona. Y precisamente el sino trágico de Don Juan no es otro que nunca hallar el objeto del deseo imaginado en sus sueños, extraviándose en los profundos abismos infernales del anhelo carnal.

     El amor es una acción espiritual, porque amar es actuar hacia lo amado. Más aún, como ha señalado, acertadamente, Ortega, el amor es en sí  un acto transitivo en el que nos entregamos solícitamente  a lo amado: “Quietos, a cien leguas del objeto, y aun sin que pensemos en él, si lo amamos, estaremos emanando hacia él una fluencia indefinible, de carácter afirmativo y cálido. Esto se advierte con claridad si confrontamos el amor con el odio. Estar odiando algo o alguien no es un ‘estar’ pasivo, como el estar triste, sino que es, en algún modo, acción, terrible acción negativa, idealmente destructora del objeto odiado.”[1].

     Esto significa que en aquellas actividades “amorosas” en donde no hay un benevolente interés en el otro, por lo que él es en sí mismo, no existe el amor. Es por ello que no hay amor erótico entre hombre y mujer cuando ese cálido interés del uno por el otro no existe.

     Según este análisis aquello que en la vida cotidiana denominamos “enamoramiento” no guarda, en verdad, relación con el verdadero amor. Porque en él hay una reducción e incluso una cierta suspensión de nuestra conciencia. Es por ello que se le ha comparado con el estado psicológico del  hipnotizado. Pues en ambos estados la persona se siente entregada con placer por completo a otro ser. Hay, además, aquí un retorno a un estado de infantilidad en el sentido en que hay una contracción y empobrecimiento de la atención. El verdadero amor, en



[1] Ortega y Gasset, op.cit., pág.39.

cambio, es una ampliación, una expansión de conciencia a través de la unificación con el otro. Y es precisamente este seudoamor el que muchas escuelas éticas han rechazado. Por ejemplo, el Epicureísmo enseña que el sabio en el arte de vivir ha de huir del “amor” como de un mal, pues éste nada tiene de natural ni de racional. Porque este “amor” no sería más que una tendencia a dotar al objeto amado de una perfección ilusoria. Es por ello que en el Jardín de Epicuro nunca hubo espacio para el amor entre hombre y mujer. De ahí sus recomendaciones, también,  para evitar el matrimonio y los hijos, los que, en su opinión, traían aparejados mil problemas y eran incompatibles con la serenidad del alma, la cual era la auténtica felicidad. 

     Existe, sin embargo, el verdadero enamoramiento que en su sentido más universal es el evento de despertar a la belleza del amado, un sentirse integralmente atraído e inspirado por él.  El enamoramiento real es el punto de partida que nos conecta con el verdadero amor. Enrique Rojas nos ha entregado un perfil más concreto de éste, cuando ha señalado: “Enamorarse es encontrarse a sí mismo fuera de sí mismo. Es decirle a alguien: ‘¿Quieres compartir la vida conmigo para siempre?’ En los tiempos actuales, al estar falsificada la palabra amor, la expresión para siempre connota algo excesivo. Enamorarse es querer a alguien en exclusividad y pensar con ella y en ella para compartir el futuro.”[1]

     En un sentido profundo el proceso de enamorarse consiste en un reconocimiento de la belleza del alma del amado por parte de nuestra alma. Enamorarse significa ingresar en un tiempo de alegría prodigiosamente   pura  y armoniosa. Es la apertura a un mundo de beatitud  y el comienzo de una transformación personal decisiva en la evolución del ser.

     Ciertamente el verdadero amor humano es difícil de realizar, porque   una relación fundada sobre la mera atracción sexual está lejos de expresar dicho amor. El amor erótico, en verdad, exige mucho más que una armonía sexual y sentimental que muy a menudo se toma como la totalidad de la relación de amor. El amor real, en cambio, supone las armonías anteriores, pero, además, la unión de almas y, en último término, la identificación espiritual. Solo en este caso la relación entre hombre y mujer se convierte en una gran ayuda para ambos en su evolución personal.

     La relación de alma con alma en la pareja surge por sí misma de lo profundo del corazón espiritual. Ella se manifiesta en ambos como un ideal de unidad –unidad de sentimientos, de pensamientos, de almas. Esta relación esta llena de paz, de pureza y de sinceridad. Ni  la lujuria ni la violencia, por tanto, la obscurecen. Porque es una relación fundada en  nuestra verdad más profunda que es  Luz eterna, luz maestra de nuestro sendero.

3.2.1.Almas gemelas

      Son almas que comparten  cualidades espirituales y líneas de evolución espiritual semejantes, armonizando tan profunda e integralmente  que constituyen una unión fecunda y feliz. Son espíritus  que incluso llegan a imaginarse que configuran un solo ser con su pareja. Así, cuando están juntas se inspiran mutuamente, sacando naturalmente a la luz lo mejor de cada una, aportándose elevación y crecimiento mutuo. Las tres características fundamentales de la relación entre almas gemelas son: 1.Completa simpatía espiritual, intelectual, sentimental hasta el punto de cada estado de ánimo de uno se refleja simultáneamente en el otro; 2. Mutua y absoluta correspondencia entre ambos y 3.Mutua y completa abnegación en donde no sólo cada uno se entrega al otro por entero sino que también se brinda en lo que el otro realmente necesita de él, pues es ésta una de las claves de su armonía. Esta relación de plenitud y perfecta armonía no se construye de un día para otro sino que habitualmente se desarrolla a lo largo de muchas vidas. Sin embargo, al separarse las almas gemelas pierden su luz y su alegría hasta el punto de que pueden marchitarse si no son  lo suficientemente fuertes.


3.3. Amor a la Sabiduría


Otra forma de amor que se diferencia de las anteriores, porque  involucra decisivamente la inteligencia, el pensamiento, es el amor a la sabiduría o filosofía. En verdad, la vinculación entre el amor y la filosofía está presente ya en los primeros tiempos de ésta. Ya  Platón, había asemejado  al dios del amor (eros) con el filósofo, puesto que ambos están en una situación intermedia: el primero entre la pobreza y la riqueza, en camino  hacia esta abundancia; el segundo, entre la ignorancia y la sabiduría, y por tanto, en camino siempre hacia el saber. Aristóteles, por su parte, hablaba de la amistad (filía) que unificaba amor y filosofía. También,  está el concepto agustiniano de agápe o charitas como camino de la verdad, fundado en la sapiencia que pertenece a Dios, más aún, si la sapiencia se identifica con Dios, el filósofo verdadero es el amante de Dios. Desde otra perspectiva, Spinoza afirma que la filosofía  debe  desembocar  en el amor intelectual de Dios.

     Pero es Ortega y Gasset  el que relaciona  más acertadamente amor y filosofía. En primer término este filósofo define la filosofía como una “ciencia general del amor”, pues su misión es ligar conceptualmente las cosas para así conocerlas en todo su valor, porque nada puede ser conocido en forma aislada. La filosofía, en verdad, representa el mayor impulso hacia una conexión que intenta abrazarlo y contenerlo todo. Tal conexión omnicomprensiva es la característica específica que diferencia a la conexión filosófica de otras más parciales. En esto radica, además, el carácter sistemático que ha de tener la filosofía para Ortega. La filosofía es un amor intellectualis, es decir, un amor respetuoso que aspira únicamente a la perfección de lo amado, a su realización. Cuando filosofamos buscamos dentro de cada cosa una señal de su posible realización. Ortega dice al respecto: “Un alma abierta y noble sentirá la ambición de perfeccionarlo, de auxiliarla. Esto es amor –el amor a la perfección de lo amado.” [2] Esto significa que la posesión filosófica de las cosas lejos de debilitar su autonomía, la actualiza, la realiza cabalmente. Y según Ortega, únicamente de este modo, la vida se amplía, se plenifica, se salva.

     Porque la filosofía es la vida misma en su función de comprender. Vale  decir, es aquella zona consciente de la vida, el faro luminoso que orienta nuestra navegación en los mares de la ignorancia. Así, el amor a la sabiduría se realiza interesándonos en las cosas, pero haciendo abstracción  de la utilidad que nos puedan prestar para la vida. Al filosofar, en verdad, buscamos la mismidad de cada cosa, su ser mismo, dotándola de autonomía, de dignidad. La visión filosófica es, pues un mirar desde las realidades mismas, no desde nosotros. Y esto es la contemplación, un ejercicio propio de la filosofía. Pues en el amor a la sabiduría como en la contemplación no hay afán por la posesión de las cosas, lo cual de ser así no nos permitiría llevarlas hasta su plenitud. Filosofar, por tanto, es buscar en algo lo que tenga  de absoluto, dejar de usarlo, no querer que nos sirva, sino servir nosotros de pupila y esto no es otra cosa que amor.




[1] Rojas, Enrique. El Amor Inteligente. Ed. Planeta, Buenos Aires, 1997,pág.71.
[2] Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote, O.C. Tomo I, Ed. Revista de Occidente, Madrid ,1969, pág.311.

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