Renato Alejandro Huerta
Magíster en Filosofía y en Programación Neurolingüística
Integrante de Red Maestros de Maestros. Experto 2.
El
amor, según Khalil Gibran
Gibran fue el poeta árabe de más amplia influencia en el Occidente del siglo XX, pero más allá de sus méritos literarios nos interesa destacar en este autor el valioso fondo de pensamiento místico que anima toda su obra. Khalil Gibran nació el año 1883, en Becharre, al norte del Líbano, en una familia de antigua raíz cristiana. Estudió pintura en París durante dos períodos: primero desde 1901 hasta 1903, y luego entre 1908 -año en que publicó su obra Espíritus Rebeldes-y
Uno
de los aspectos biográficos que hay que tener presente para comprender la actitud
de Gibran en sus escritos es el hecho de que su vida fue una lucha constante
contra la injusticia y el dogmatismo reinante en su tiempo. En esta situación,
Gibran se siente un profeta capaz de defender los valores de la libertad
espiritual de sus hermanos víctimas de leyes opresoras. Sin embargo, su
rebeldía no es meramente de inspiración social sino esencialmente espiritual en
la medida que responde a lo que el profeta percibe como la llamada mística del
amor. Porque para Gibran el amor no es un arte que se adquiere por medio de la
práctica sino una misteriosa llamada divina. Y en relación con el amor de
pareja tampoco enseña que éste pueda surgir del paciente compañerismo y del
cortejo tenaz, porque el verdadero amor es para él una armonía espiritual que
si no se despierta en un momento, no podrá crearse hasta en muchas
generaciones. Así, para el poeta árabe el verdadero origen del amor reside en
una voluntad superior que trasciende infinitamente lo humano y que lo dirige.
De este modo, un amante sería sólo un dócil juguete en manos del amor. Y si nos
resistimos a su guía no podemos esperar más que frustración y agonía. Pero el
amor es sabio, porque no sólo procede de la divinidad sino que es divino en sí
mismo y por ello cuando alguien ama no debe decir: “Dios está en mi corazón”,
sino “yo estoy en el corazón de Dios”[1].
Así, podemos comprender que para Gibran el amor sea un precioso regalo que Dios
envía sólo a las almas despiertas a la honda voz de su propio corazón interior.
Y este amor sagrado e irresistible no sólo alcanza su plenitud en la relación
del alma humana con Dios sino también, aunque no habitualmente, en la relación
entre humanos. Por ello, Gibran puede llegar a pensar que cuando un hombre y
una mujer se unen en el amor, ambos tocan el corazón de la eternidad. El amor
es un fuego espiritual que se consume, pero a la vez se nutre a sí mismo. Y
este fuego, si es real, no es un calor fugaz como el de la pasión sino vigoroso
y constante como las realidades espirituales. En sí mismo el amor es autosuficiente,
porque encuentra su plenitud sólo en él mismo. El amor no es un intercambio que
desemboca en encuentros luminosos y a la vez en oscuras separaciones entre los
amantes, pues en el verdadero amor no puede existir el conflicto, porque es una
armonía espiritual. Sin embargo, en una idea que parece ser contradictoria con
la idea del amor como armonía, Gibran enseña que el amor también posee una cara
dolorosa cuando se asocia con el deseo y con el exceso de ternura: “Pero si
amáis e inevitablemente surgen deseos, dejad que éstos sean vuestros, para
fluir y ser como el arroyuelo que canta su melodía en la noche, para conocer el
dolor de la excesiva ternura.”[2]
Más
allá de esto, el amor en su pureza original es éxtasis. Y al decir del poeta,
es la única flor que crece y florece sin la ayuda de las estaciones, pues es
incondicionada, libre. El amor en el ser humano hace que éste se colme de
generosidad y se libere de los celos, convirtiendo su vida en un ensueño pleno
de dicha. Porque el amor es como la muerte que todo lo transforma, excepto a sí
misma.
Y
paradójicamente el amor es también el corazón de la vida, en la medida en que
existe en perpetua renovación de sí mismo. Y sólo conocemos su hondura hasta
que llega la hora de la separación del ser amado.
Sólo
con los ojos del amor somos capaces de percibir la belleza y la dignidad de la
vida por doquier; mientras en la oscuridad del desamor todo nos parece
insoportablemente feo u horrible.
En
síntesis, si bien el pensamiento místico-poético de Gibran clausura la
posibilidad de encontrar en su concepción del amor una idea precisa de éste, la
meditación en sus obras nos permite acceder al menos a una serie de ideas
verdaderas sobre el amor. Así, tenemos: el amor como una “afinidad espiritual”
que “se crea en un momento” y que viene del cielo sin nuestro consentimiento,
llegando a nosotros “por orden de Dios”, asumiendo de este modo nuestra vida.
Sin
embargo, en su concepción hay también errores, porque si bien reconoce que el
amor es felicidad, éxtasis, también señala que va unido al dolor e incluso a la
crueldad como cuando nos llama a ser heridos, lastimados, y castigados por la
propia comprensión del amor para luego “sangrar plena y regocijadamente” [3].
Tampoco, Gibran nos entrega una comprensión suficientemente clara de la
relación entre la belleza y el amor limitándose sólo a darnos a entender que
aquélla depende de nuestro ánimo interior, comparándola, además, con una verdad
abierta “a la que sólo podemos comprender por medio del amor y tocar por medio
de la virtud”.
El Amor, según Osho
Osho
Rajneesh está considerado como uno de los místicos de la India más originales y de
más vasta influencia en la segunda mitad del siglo XX. Actualmente sus
discursos en forma de libros, traducidos a treinta idiomas, inundan el mundo
occidental. Rajneesh, quien se hizo llamar Osho en la fase final de su vida,
nació en Kuchwada, Madhya Pradesh (India) en 1931.Osho, a pesar de que creció en
un hogar profundamente religioso, nunca fue espiritual en el sentido usual del
término sino más bien un rebelde frente a todas las tradiciones religiosas y
sociales que ponen obstáculos a la libertad del ser humano. Se graduó en
Filosofía y durante nueve años fue profesor de esta disciplina en la Universidad de
Jabalpur. Nunca se consideró un pensador sino un poeta místico, aunque se
sintió altamente identificado con Sócrates. Después de su labor académica viajó
por toda la India
dando conferencias, desafiando a debates públicos a los líderes religiosos
ortodoxos así como cuestionando la verdad de las creencias tradicionales. Osho
siempre estableció expresamente la diferencia entre su trabajo y la literatura
o la comunicación verbal, que le parecían absolutamente insuficientes para su
objetivo de provocar cambios en la conciencia humana. Osho falleció en 1990
luego de legar al mundo más de seiscientos discursos sobre la búsqueda y la
realización espirituales.
Según
Osho el amor es en un sentido radical una necesidad de unión con el Todo
cósmico y esto supone que existimos separados de nuestra fuente. La separación
de nuestro origen es debida a que nos identificamos con nuestro ego y éste es
una falsa individualidad, pues existe desenraizada de la unidad cósmica. Y la
actitud de quien se identifica con el ego es siempre exigir algo, de modo que
sólo puede contentarse cuando puede obtener una recompensa. Mientras, que quien
actúa inspirado por el amor es siempre pleno cuando puede entregar o compartir
algo.
Osho
analiza el lugar que ocupa el amor en la vida humana, pero de paso se ocupa de
ir aclarando lo que él considera confusiones existenciales. La primera es la
confusión de sexo con amor como si estuviesen en el mismo nivel o hubiese una
implicación interna entre ellos. Y la verdad es que para Osho el sexo es sólo
el flujo natural y biológico de la energía vital, en cambio, el amor es un
flujo de energía espiritual. El sexo está en la periferia de nuestro ser,
mientras el amor habita en el centro. En la evolución del ser, el sexo es sólo
un primer peldaño que puede conducir al amor con la condición de que se lo
realice en forma consciente: “El verdadero amor no es un preámbulo. Es una
fragancia. No lo encuentras antes del sexo, sino después. No es un prólogo: es
un epílogo. Si has experimentado el sexo y sientes compasión por el otro,
surgirá el amor. Y si meditas, te sentirás compasivo. Si meditas durante el
acto sexual, tu compañero no será solamente un instrumento para tu placer
físico. Te sentirás agradecido, porque ambos han llegado a una profunda
meditación” .Según Osho cuando el sexo deja de ser mecánico y se convierte en
meditativo podemos llegar a percibir la presencia de la fragancia del amor que
subsiste detrás de él. Y por este camino de comprensión este maestro místico
llega a definir el amor como una combinación de gratitud, amistad y compasión.
Así como el sexo implica un encuentro físico, un encuentro corporal, el amor
consiste en un encuentro de las almas, un encuentro espiritual entre dos
personas. Para Osho, además, el amor no es el fin de la evolución espiritual,
pues la oración está sobre él, porque ya no es un encuentro entre personas
limitadas sino la unión de nuestra individualidad con el todo, con el otro
transpersonal.
El amor
es, por tanto, un producto de una conciencia meditativa que nos conecta con
nuestra armonía interior. Según Osho el amor nunca es exclusivo, porque si
amamos verdaderamente, entramos en un estado en que abrimos el alma a la
totalidad de la existencia y no a un ser particular. Así, el amor viene a ser
una forma de vida y no una mera atracción que está destinada, con el transcurso
del tiempo, a convertirse en repulsión producida por el aburrimiento o el
hastío. El verdadero amor sólo puede existir como un estado conciencia que está
más allá de la atracción y la repulsión, las que son propias de la pasión. Y es
esta pasión la que ha sido confundida con el amor, vale decir, nuestra cultura
habita en una comprensión errónea del amor: “Lo que llamamos amor es sólo
apasionamiento. Comienzas a amar a alguien. Si ese alguien llega a ser
totalmente tuyo, el amor pronto morirá; pero si se presentan obstáculos, si no
puedes tener a la persona que amas, el amor se hará más intenso. Mientras más
obstáculos existan, más intensamente será experimentado el amor. Si el ser
amado es inaccesible, el amor se vuelve eterno; pero si puedes alcanzar
fácilmente a tu ser amado, el amor morirá con igual facilidad.” Este seudo amor
en que ha reposado la humanidad a lo largo de su historia no pasa de ser, sin
duda, una tensión o conflicto del ego. Es por ello que Osho nos sugiere un
camino hacia el verdadero amor de cuatro pasos que desemboca en la anulación
del ego. El primer paso es estar aquí y ahora, porque el amor no es posible en
el pasado sino sólo en el "aquí-ahora". El segundo paso es
transformar nuestras emociones negativas en afirmativas mediante la alquimia de
la meditación. El tercer paso es compartir la totalidad de nuestra vida, ya sea
sus aspectos luminosos y bellos, como nuestros pasos en falso. Y el cuarto paso
consiste en vaciar la copa del ser, desarraigando el ego, dejando fuera, por
tanto, toda su formidable red de preferencias, propósitos, intereses y vínculos
egoístas para que el río del amor fluya, pues el amor sólo fluye en alguien
cuya conciencia habita en una percepción esencial de la vida sin formación de ideas
o imágenes perturbadoras.
Según
Osho lo paradojal es que quienes se sienten constantemente “enamorados” no
están en posesión del amor, por eso no son más capaces que del eco y de las
sombras de la pasión. Y por no tener amor, no pueden entregarlo. Y Osho agrega
que una persona inmadura sólo se enamora de otra persona inmadura, puesto que
sólo ellas están en condiciones de comprender su lenguaje. Por otro lado,
únicamente una persona madura ama a una persona madura. Es por ello que para
Osho el secreto del amor reside en madurar primero, sólo entonces encontraremos
una pareja madura; mientras que la gente inmadura nada nos inspirará. La
paradoja final acontece cuando dos personas maduras se enamoran, pues como es
natural permanecen juntas y comparten, sin embargo, están, de algún modo,
solos, pero a la vez, tan unidos que casi son uno. Pero su unión no anula su
individualidad; al contrario, les da mayor esplendor, porque les hace ser más
ellos mismos. Así, podemos comprender que las parejas maduras enamoradas se
ayuden mutuamente a ser más libres.
El
mensaje final de Osho es que el verdadero alimento del alma, su anhelo eterno
es precisamente el amor, y sin él el instrumento musical del corazón humano no
puede interpretar la melodía de su realización espiritual.
En
síntesis, Osho Rajneesh nos presenta una concepción espiritualmente válida del
sentimiento del amor, sin embargo, quien quiera buscar en él una perspectiva
sistemática o más argumentada sobre dicha realidad no la encontrá. Osho nos
entrega bellas intuiciones poéticas, psicología espiritual práctica, pero no un
horizonte de comprensión global sobre el amor para poder contemplarle en su
verdadera naturaleza.
[1] Khalil Gibran, El Profeta, en Obras Completas, V.II, Ed.
Bibliográfica Internacional S.A., Barcelona, 1997, pág. 374.
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